LOS 7 PECADOS CAPITALES.
Hola amigos y pacientes,
Con esta primera entrega vamos a ir escribiendo sobre un tema
apasionante y muy complicado de definir y abordar que son las conductas humanas
y las expresiones de la personalidad que se reflejan en siete situaciones y mal
llamados defectos humanos y que conocemos como LOS 7 PECADOS CAPITALES.
Aunque es un tema de conducta y por supuesto es un asunto de forma de
ser del hombre; Además de ser un tema muy abordado desde diversos puntos de
vista como el religioso, el moral y de conducta y sobre todo desde la
perspectiva de REGLA MORAL muy usada y trillada desde todos los siglos,
pretendemos ahora con estas aportaciones, darle un enfoque acorde a nuestro
blog y a los intereses de nuestros pacientes.
Por supuesto que empezaremos con un tanto el aspecto histórico que rodea
este apasiónate asunto, también nos iremos por los caminos de la perspectiva
religiosa que está inmersa en ellos; seguiremos con los aspectos de moral y
ética y terminaremos con lo que realmente nos interesa que es los aspectos
sicológicos que rodean y construyen dichas conductas en la mente humana y en la
conducta que está grabada en nuestro interior en el subconsciente. Dicho repaso
previo solo será para que tomemos referencia sobre desde cuando, bajo qué
circunstancias y sobre todo., como este asunto ha influido en las sociedades,
en las reglas de conducta y en el devenir y desarrollo de la raza humana.
Recordando un poco a nuestro gran maestro del Psicoanálisis CARL GUSTAV
JUNG señalaba como uno de sus grandes dogmas que el ser humano es en su
conducta, en su mente, una mezcla del Consciente e inconsciente que vive y
aprende, y del GRAN CONSCIENTE E INCONSCIENTE COLECTIVO que vamos llevando
hereditariamente de generación en generación.
También comentarles que en esta primera entrega iremos a lo general e
histórico y que en los subsecuentes artículos nos iremos a las particularidades
de cada uno de los 7 aspectos conductuales y con cierta profundidad,
abordaremos el porqué cada expresión humana, como se visualiza en uno mismo,
como lo ven los demás, como daña nuestro entorno al padecerla y como con cierta
estrategia y formas de ser, podemos contrarrestar sus efectos y finalmente para
cada uno de esos “7 pecados” hay una terapia y una metodología que ofrecer para
su disolución.
Finalmente comentarles que estas ideas y artículos nacieron a partir de
la sugerencia de una mujer excepcional que nos puso en la mesa de las ideas
este tema y nos reto a vencer el apasionante trabajo de la investigación y el
servicio en beneficio de nuestros pacientes; Por ello, aquí para ustedes
nuestro trabajo:
En
contraste con nuestra época, la ética medieval poseía claras delimitaciones. De
esta manera el hombre medieval cuenta con una suerte de código de conducta que le
señala claramente como debe ser su actuar. Esta codificación tiene su base, por
un lado, en las llamadas “Virtudes Cardinales”, verdaderas llaves maestras que
posibilitan el ejercicio de una conducta conforme con lo que es éticamente
correcto.
Por
otro lado, los “Pecados Capitales” (denominados así por ser “cabeza” o
principio de todos los demás pecados) muestran claramente la cuna de todo lo
moralmente reprobable. Esta codificación moral, que si bien fue formulada en el
medioevo tiene una sorprende actualidad, está cruzada transversalmente por una
problemática ética fundamental: la posibilidad de acoger hospitalariamente al
“otro”, al prójimo (el que está próximo) como una persona válida por sí misma.
Dicho de otra manera el entender a los seres
humanos que están frente a mí, cualquiera sea su condición, como un
“interlocutor válido”, como un fin en sí mismo. Como veremos más adelante, Lo
que verdaderamente constituye el mal moral es entender al “otro” como un
“medio”, como un objeto que puede ser utilizado para el propio
beneficio, en conformidad al principio del “amor a sí mismo”.
Veamos a continuación una síntesis de
la definición de cada uno de estos conceptos.
Pecados
Capitales
1. La Soberbia.
Es
el principal de los pecados capitales. Es la cabeza de “todos” los restantes
pecados. Recordemos que por esta falta, según la teología cristiana, el hombre
fue expulsado del jardín del paraíso. Es una ofensa directa contra Dios, en
cuanto el pecador cree tener más poder y autoridad que Dios. En general es
definida como “amor desordenado de sí mismo”. Según Santo Tomás la soberbia es
“un apetito desordenado de la propia excelencia”. Se considera pecado mortal
cuando es perfecta, es decir, cuando se apetece tanto la propia exaltación que
se rehúsa obedecer a Dios, a los superiores y a las leyes. Se trata de
renunciar a Dios en cuanto es Verdad y sentido conductor de la existencia e
instalarse a sí mismo como Verdad suprema e infalible y como fundamento de la acción
humana. De la misma manera, y guardando las distancias, se aplica al respeto y
a la consideración que los subordinados le deben a las autoridades
legítimamente constituidas. De la soberbia se desprenden las siguientes faltas
menores:
· La vanagloria: es la complacencia que uno
siente de sí mismo a causa de las ventajas que uno tiene y se jacta de poseer
por sobre los demás. Así mismo, consiste en la elaborada ostentación de todo lo
que pueda conquistarnos el aprecio y la consideración de los demás.
· La Jactancia: falta de los que se esmeran en
alabarse a sí mismos para hacer valer vistosamente su superioridad y sus buenas
obras. Sin embargo, no es pecado cuando tiene por fin desacreditar una calumnia
o teniendo en miras la educación de los otros.
· El Fausto: consiste en querer elevarse por
sobre los demás en dignidad exagerando, para ello, el lujo en los vestidos y en
los bienes personales; llegando más allá de lo que permiten sus posibilidades
económicas.
· La altanería: Se manifiesta por el modo imperioso
con el que se trata al prójimo, hablándole con orgullo, con terquedad, con tono
despreciativo y mirándolo con aire desdeñoso.
· La ambición: Deseo desordenado de elevarse
en honores y dignidades como cargos o título, sólo considerando los beneficios
que les son anexos, como la fama y el reconocimiento
· La hipocresía: simulación de la virtud y la
honradez con el fin de ocultar los vicios propios o aparentar virtudes que no
se tienen.
· La presunción: consiste en confiar demasiado
en sí mismo, en sus propias luces, en persuadirse a uno mismo que es capaz de
efectuar mejor que cualquier otro ciertas funciones, ciertos empleos que
sobrepasan sus fuerzas o sus capacidades. Esta falta es muy común porque son
rarísimos los que no se dejan engañar por su amor propio, los que se esfuerzan
en conocerse a sí mismos para formar un recto juicio sobre sus capacidades y
aptitudes.
· La desobediencia: es la infracción del
precepto del superior. Es pecado mortal cuando esta infracción nace del formal
desprecio del superior, pues tal desprecio es injurioso al mismo Dios. Pero
cuando la violación del precepto no nace del desprecio sino de otra
causa y considerando la materia y las circunstancias del caso, puede ser
considerada una falta menor.
· La pertinacia: consiste en mantenerse
adherido al propio juicio, no obstante el conocimiento de la verdad o mayor
probabilidad de las observaciones de los que no piensan como el sujeto en
cuestión.
El
remedio radical contra la soberbia es la humildad. Según el cristianismo, “Dios
abate a los soberbios y eleva a los humildes (Luc. 14)
2. La Acidia (Pereza).
Es
el más “metafísico” de los Pecados Capitales en cuanto está referido a la
incapacidad de aceptar y hacerse cargo de la existencia en cuanto tal. Es
también el que más problemas causa en su denominación. La simple “pereza”, más
aún el “ocio”, no parecen constituir una falta. Hemos preferido, por esto, el
concepto de “acidia” o “acedía”. Tomado en sentido propio es una “tristeza de
animo” que nos aparta de las obligaciones espirituales y divinas, a causa de
los obstáculos y dificultades que en ellas se encuentran. Bajo el nombre de
cosas espirituales y divinas se entiende todo lo que Dios nos prescribe para la
consecución de la eterna salud (la salvación), como la práctica de las virtudes
cristianas, la observación de los preceptos divinos, de los deberes de cada
uno, los ejercicios de piedad y de religión. Concebir pues tristeza por tales
cosas, abrigar voluntariamente, en el corazón, desgano, aversión y disgusto por
ellas, es pecado capital.
Tomada
en sentido estricto es pecado mortal en cuanto se opone directamente a la
caridad que nos debemos a nosotros mismos y al amor que debemos a Dios. De esta
manera, si deliberadamente y con pleno consentimiento de la voluntad, nos
entristecemos o sentimos desgano de las cosas a las que estamos obligados; por
ejemplo, al perdón de las injurias, a la privación de los placeres carnales,
entre otras; la acidia es pecado grave porque se opone directamente a la caridad
de Dios y de nosotros mismos.
Considerada
en orden a los efectos que produce, si la acidia es tal que hace olvidar el
bien necesario e indispensable a la salud eterna, descuidar notablemente las
obligaciones y deberes o si llega a hacernos desear que no haya otra vida para
vivir entregados impunemente a las pasiones, es sin duda pecado mortal.
Son
efectos de la pereza:
· La repugnancia y la aversión al bien que hace que
este se omita o se practique con notable defecto.
· la inconsistencia en el bien, la continua inquietud
e irresolución del carácter que varía, a menudo, de deseos y propósitos, que
tan pronto decide una cosa como desiste de ella, sin ejecutar nada.
· Una cierta pusilanimidad y cobardía por la cual el
espíritu abatido no se atreve a poner manos a la obra y se abandona a la
inacción.
· La desesperación de considerar que la salvación es
imposible, de tal manera que lejos de pensar el hombre en los medios de
conseguirla se entrega sin freno alguno a sus propias pasiones.
· La ociosidad, la fuga de todo trabajo, el amor a
las comodidades y a los placeres.
· La curiosidad o desordenado prurito de saber, ver,
oír, que constituye la actividad casi exclusiva del perezoso.
En el fondo, la acidia se identifica con el
“aburrimiento”. Pero no con ese aburrimiento objetivo que nos hace escapar de
una cosa, de una situación o de una persona en particular. Más bien se refiere
al “aburrimiento” que sentimos frente a la existencia toda, frente al hecho de
existir y de todo lo que esto implica. La vida nos exige trabajo, esfuerzo para
actuar según lo que se debe, esfuerzo que no es ni gratuito ni fácil. Cuando no
somos capaces de asumir este costo (este trabajo) y desconocemos aquello
que debemos “hacer” en la existencia, la vida humana se transforma en un vacío
que me causa “horror”; se transforma en un vacío que me angustia y del cual
escapamos constantemente casi sin darnos cuenta. De hecho ‘aburrimiento’
significa originariamente “ab horreo” (horror al vacío). Decíamos que la acidia
es el más metafísico de los pecados capitales parque implica no asumir los
costos de la existencia, de escapar constantemente de hacer lo que se debe, por
no saber lo que se debe.
3. La Lujuria.
Tradicionalmente
se ha entendido la lujuria como “appetitus inorditatus delectationis venerae”
es decir como un apetito desordenado de los placeres eróticos. La tradición
cristiana subdividió este pecado en la simple fornicación, el estupro, el
rapto, el incesto, el sacrilegio, el adulterio, el pecado contra la naturaleza,
comprendiendo bajo esta última especie, la polución voluntaria, la sodomía y la
bestialidad. La lujuria sería siempre un “pecado mortal” pues involucra
directamente la utilización del otro, del prójimo, como un medio y un objeto
para la satisfacción de los placeres sexuales.
Hay
en este pecado dos grandes principios en juego: el verdadero concepto del amor
y la finalidad de la sexualidad. El cristianismo –y gran parte de la tradición
clásica especialmente la griega–, entienden por “amor” algo muy distinto de lo
que el mundo contemporáneo comprende. El concepto de amor tiene una importancia
central en el cristianismo. De hecho Dios mismo es identificado con el amor.
Para el cristiano el amor es “superabundancia”, capacidad de dar y de darse,
“caritas”, en definitiva: caridad, una de las tres Virtudes Teologales.
De esta manera el amor implica un donarse, un darse por el otro, por el
prójimo. Recordemos la segunda parte del único mandamiento que anuncia el Nuevo
Testamento: “...amar al prójimo como a sí mismo”. El amor cristiano, y
también el griego, está, de esta forma, desligado en su origen de cualquier
tipo de sexualidad, incluso de la corporeidad.
Lo erótico es una consecuencia, un plus
totalmente prescindible. La casi sinonimia entre amor y sexo es producto de la
modernidad. El “hacer el amor” como sinónimo de “relación sexual” es el
mejor ejemplo de lo anterior. La Lujuria sería entonces totalmente contraria al
amor –y a Dios– entendido en términos cristianos. El pecado de la lujuria no
considera al otro como una “persona” válida y valiosa en sí misma, como un fin
en sí misma por el cual tendríamos que darnos. El otro pasa a ser un objeto
una cosa que satisface la más fuerte de las satisfacciones corporales,
el placer sexual. Aun más, el sujeto mismo que incurre en un acto lujurioso se
convierte a sí en un objeto, que olvida o suspende su propia dignidad. Por
otro lado, para el pensamiento cristiano la sexualidad tiene una finalidad
preestablecida, única y clara. La reproducción y la perpetuación de la especie.
Esta clara finalidad da también sentido a la existencia del hombre ordenado su
acción en vista del amor de Dios. La lujuria, en cambio, que no tiene en
vistas la finalidad de la reproducción y que por esto pierde todo sentido, se
convierte en una acción vacía, sin sentido, que de alguna manera nadifica
al hombre y lo aleja del Ser de Dios.
4.
La Avaricia.
La
teología cristiana explica el pecado de la avaricia como “amor desordenado de
las riquezas”, es desordenado, continua, “porque lícito es amar y desear
las riquezas con fin honesto en el orden de la justicia y de la caridad, como
por ejemplo, si se las desea para cooperar más eficazmente con al gloria de
Dios, para socorrer al prójimo etc. El crimen de la avaricia no lo constituyen
las riquezas o su posesión, sino el apego inmoderado a ellas; “esa pasión
ardiente de adquirir o conservar lo que se posee, que no se detiene ante los
medios injustos; esa economía sórdida que guarda los tesoros sin hacer uso de
ellos aun para las causas más legítimas; ese afecto desordenado que se tiene a
los bienes de la tierra, de donde resulta que todo se refiere a la plata, y no
parece que se vive para otra cosa que para adquirirla.”
“La
avaricia, por consiguiente, es pecado mortal siempre que el avaro ame de tal
modo las riquezas y pegue su corazón a ellas que está dispuesto a ofender
gravemente a Dios o a violar la justicia y la caridad debida al prójimo, o a sí
mismo.”
En
la avaricia se ven claramente los elementos comunes a todos los pecados. Por un
lado, el avaro pierde el verdadero sentido de su acción poniendo el fin en lo
que debería ser un medio, en este caso la obtención y la retención de las
riquezas.
Lo
que importa al cristianismo es que el prójimo reciba, en justicia, la caridad
que todos le debemos al menesteroso. La avaricia es directamente contraria a la
caridad en cuanto es un “no dar”, más aun en privar a otros de sus bienes para
tener más que retener. Por otro lado, el privar al otro de sus bienes, muchas
veces con malas artes, y retener estos bienes en perjuicio del otro, es también
negar al otro en su calidad de persona, de fin en sí. Se lo utiliza para
satisfacer, mediante la acumulación de riquezas, el principio del amor a sí
mismo.
Son
“hijos” o faltas menores de la avaricia: el fraude, el dolo, el perjurio, el
robo y el hurto, la tacañería, la usura, etc.
5. La Gula.
Como
“uso inmoderado de los alimentos necesarios para la vida” es definido este
pecado. La definición teológica se complementa con que “el placer o deleite que
acompaña al uso de los alimentos, nada tiene de malo; al contrario, en el
efecto de una providencia especial de Dios para que el hombre cumpliese más
fácilmente con el deber de su propia conservación. Prohibido es, empero, comer
y beber hasta saciarse por ese solo deleite que se experimenta”. De esta
manera, la religiosidad latina especifica estas faltas en: proepropere:
comer antes de tiempo o cuando se debe abstener de comer, por ejemplo en los
días de ayuno señalados por la Iglesia; laute: cuando se comen manjares
que superan las posibilidades económicas de la persona; nimis cuando se
bebe o se come en perjuicio de la salud de la persona; ardenter: cuando
se como con extrema voracidad o avidez a manera de las bestias. La gula se
transforma en pecado en los siguientes casos:
· Cuando por el solo placer de comer se llega al
hurto o se reduce a la familia a la mendicidad.
· Cuando el deleite en el comer se reduce a un fin
único y preponderante en la vida.
· Cuando es causa de graves pecados como la lujuria y
la blasfemia.
· Cuando trasgrede los preceptos de la Iglesia en los
días de ayuno y de abstinencia de ciertos alimentos.
· Cuando se provoca voluntariamente el vómito para
continuar el deleite de la comida.
· Cuando se auto infiere grabe daño a la salud o
sufrimiento a si mismo y a los que lo rodean.
Además
de lo dicho por la teología tradicional, la gula tiene un aspecto que no
debemos dejar de considerar. La gula es la manifestación física de un apetito
más profundo y significativo. El que cae en las tentaciones de la gula, no sólo
quiere consumir comida. Quiere, de alguna manera, ingerir todo el universo.
Asimilar, hacer suyo, todo lo exterior, reducir todo lo otro a sí mismo. En
este sentido la gula se mimetiza estrechamente con la lujuria, se trata de
ponerse por sobre lo otro, reducirlo, objetivarlo y hacerlo suyo. De esta
manera el “glotón” se transforma en el único centro de referencia, en
conformidad con el principio del amor a sí mismo. El asimilar, reducir, el
universo en general y al prójimo en particular a sí mismo es la más radical
negación del otro.
6. La Ira.
“Appetitus
inordinatus vindictae” es decir, un “apetito desordenado de venganza”. “Que
se excita –continua la definición latina– en nosotros por alguna ofensa real o
supuesta. Requiérase, por consiguiente, para que la ira sea pecado, que el
apetito de venganza sea desordenado, es decir, contrario a la razón. Si no
entraña este desorden no será imputado como pecado”. De esto ultimo se
desprende que habría una ira “buena y laudable” si no excede los límites de una
prudente moderación y tiene como fin suprimir el mal y reestablecer un bien.
“El apetito de venganza es desordenado o contrario a la razón, y por
consiguiente la ira es pecado, cuando se desea el castigo al que no lo merece,
o si se le desea mayor al merecido, o que se le infrinja sin observar el orden
legítimo, o sin proponerse el fin debido que es la conservación de la justicia
y la corrección del culpable. Hay también pecado en la aplicación de la
venganza, aunque esta sea legítima, cuando uno se deja dominar por ciertos
movimientos inmoderados de la pasión. De esta manera la ira se convierte en
pecado gravísimo porque vulnera la caridad y la justicia. Son hijos de la Ira:
el maquiavelismo, el clamor, la indignación, la contumelia, la blasfemia y la
riña”.
De
la definición anterior se desprende que la ira es el uso de una fuerza directa
o verbal que trasgrede los límites de la legitima restitución de un bien
ofendido. La violencia, entendida como el uso de la fuerza, si es desmedida, es
claramente una anulación del otro. En el asesinato, por ejemplo, que no
corresponde a la legítima defensa, se pretende evidentemente la nadificación
del otro. En el leguaje, mediante la ofensa o el improperio, encontramos
también el deseo de perjuicio e incluso de nulidad del otro.
Es
importante hacer notar que el uso de la fuerza en contra del prójimo no siempre
es un mal moral. Debe ser entendida como un mal menor si el fin por el cual se
realiza no es sólo la anulación del otro sino que persigue fines legítimos como
la conservación de la vida propia o de terceros. Tal es el caso de la “guerra
legítima” que procura evita la propia muerte o la privación de la legítima
libertad a mano de un invasor, la legítima defensa. El uso de la fuerza se
justifica también cuando se procura, con esto, el bien del otro, evitando de
esta manera un daño mayor que el dolor que se infringe.
La
ira se convierte en pecado gravísimo cuando nuestro instinto de destrucción
sobrepasa toda moderación racional y, desbordando todo límite dictado por una
justa sentencia, se desea sólo la inexistencia del prójimo.
7. La Envidia
La
envidia es definida como “Desagrado, pesar, tristeza, que se concibe en el
ánimo, del bien ajeno, en cuanto este bien se mira como perjudicial a nuestros
intereses o a nuestra gloria: tristia de bono alteriusin quantum est
diminutivum propiae gloriae et excellentiae” De esta manera, para saber si
la envidia es una falta moral, es necesario investigar el verdadero motivo que
produce la tristeza que se siente frente al bien que posee el prójimo. De esta
manera la envidia no es pecado cuando
· Nos entristecemos por el cargo, potestad o bienes
materiales alcanzado por quien no los merece y podría hacer mal uso de esa
autoridad causando grave daño a sus semejantes.
· sentimos insatisfacción por los bienes que posee
quien no los merece y en vista de que nosotros le daríamos mejor fin. Por
ejemplo, el que abunda en riquezas haciendo mal uso de ellas: los avaros que no
hacen uso de sus bienes ni para beneficio propio ni para el de los demás.
· otras veces, nos entristecemos, no tanto de lo que
el otro posee como del hecho de que nosotros carecemos de ese bien, si esta
constatación nos muestra el tiempo y las oportunidades perdidas y alienta
nuestro propio sentido de superación.
La
envidia es falta gravísima, cuando nos incomoda y angustia a tal grado el bien
o los bienes materiales del otro, que deseamos verlo privado de aquellos bienes
que legítimamente a conseguido y al que, nosotros, por nuestra impotencia, no
hemos logrado conseguir. De esta manera, este deseo de ver privado al otro de
sus bienes nos puede conducir a procurar, por todos los medios, a efectivamente
quitarle esos bienes o de hacer ver, con el uso del chismorreo, que aquel no
debería poseer lo que posee. La mentira, la traición, la intriga, el
oportunismo entre otras faltas se desprenden de esta tristeza frente al bien
ajeno y a nuestra propia incapacidad de acceder a tales bienes.
ALFREDO MORENO
HOLISTICA Y TERAPIAS ALTERNATIVAS, S.C.