Estimados pacientes y publico en general que consulta este Blog, a partir de estos primeros meses del año estamos dando un nuevo impulso al TAROT INTUITIVO Y AL TAROT TERAPÉUTICO
Que es el TAROT INTUITIVO Y EL TAROT TERAPÉUTICO?
No es por supuesto un servicio de adivinación que estamos poniendo a su disposición aunque nos gustaría hacerlo en favor de SUS MEJORES EXPECTATIVAS para conocer el futuro.
Es una herramienta psicológica valiosisima para poder interactuar con nuestra mente, con nuestro interior y mas específicamente con nuestro subconsciente.
Aunque utiliza las famosas cartas del Tarot adivinatorio, el proceso, uso y consulta es completamente diferente al proceso de adivinación que esas cartas proveen a mucha gente.
Respetando mucho ese valioso grupo de cartas (78 cartas) el uso que le damos es el que marco el gran Psicólogo suizo CARL JUNG quien determino y diseño un sistema para conocer y explorar el Inconsciente colectivo, la Psique universal, los arquetipos o perfiles que todos tenemos y que a veces, muchas veces, no conocemos porque no tenemos la habilidad para hacerlo.
Usando el Tarot Intuitivo, exploramos, descubrimos, aprendemos a manejar nuestro interior y hacer fuerte y controlable la INTUICIÓN que todos tenemos. Valiosa herramienta que todos debemos maximizar.
Con el Tarot Terapéutico podemos conocer información valiosa para poder sanar nuestras problemáticas emocionales interiores y por supuesto, conocer la forma y proceso mas sencillo, menos doloroso y mas práctico de llegar a soluciones.
A partir de este articulo, iremos dándoles a conocer información, conocimientos, tips así como los servicios que implementaremos al respecto de estas herramientas.
les invitamos a continuar y seguirnos en este espacio.
HOLISTICA Y TERAPIAS ALTERNATIVAS, S.C.
Alfredo Moreno
Espacio de expresión emocional e interior para ti. Asesoría Psicologica y terapeutica para ti
9 ene 2014
AUTOESTIMA PERSONal.-15 PASOS.
ESTIMADAS AMIGAS Y PACIENTES, A LO LARGO DE MI EXPERIENCIA EN LAS DIVERSAS PROBLEMÁTICAS VIVIDAS EN LA ATENCIÓN EN ESTE ESPACIO DE TERAPIAS POR MUCHOS AÑOS, HEMOS RECOPILADO 15 ACCIONES QUE DE APLICARLAS EN FORMA PERSONAL, LES FACILITARAN Y CONTRIBUIRÁN A UN ENORME CAMBIO PARA ACEPTARSE Y AMARSE A SI MISMAS. AQUÍ MI APORTACIÓN:
15 pasos para aceptarme y amarme a mí misma
1.
Quiero abrazar a la mujer que soy, amarme, valorarme y
respetarme. No quiero dar importancia a lo que los demás digan u opinen de mí,
primero he de complacerme a mí misma y aceptarme tal como soy.
2.
Quiero y debo enfrentarme a mis miedos, pedir ayuda
cuando la necesite, porque sé que aunque me valgo por mí misma y soy plenamente
autosuficiente, siempre vendrá bien una mano amiga, un hombro en el que poder
descansar.
3.
Tengo que empezar a tomar mis propias decisiones y
elecciones; puede que me equivoque muchas veces, pero sólo así
podré aprender.
4. Necesito amarme
mucho para aceptar aquello que no me gusta de mí y cambiarlo. Por ello
necesito también empezar conocer bien tanto mis
derechos como mis obligaciones.
5. Debo aprender a mimar mi cuerpo y
corazón, debo cuidar de mí misma, hablar con mi yo interno para poder tomar
las decisiones correctas.
6. Me propongo
tener buenas relaciones con todos lo que me rodean, ser
una persona con metas claras y definidas, saber dar luz por mi paso en esta
vida.
7. Soy mujer y eso me
da el derecho a ser libre, cambiar todo
aquello que no me gusta, y ser feliz. No porque lo dicen los libros, sino
porque lo digo yo, por mí propio bien. Necesito ser una sola en cuerpo y alma
para lograr el equilibrio en mi persona.
8. Debo ser consecuente con lo que
hago o digo, hacerme respetar en mi trabajo y en mi casa. Se me debe valorar
por todo lo que hago. He de conocer e imponer mis propios límites para no
tropezar en la vida y saber decir NO. Que lo que yo diga o haga no sea por
sentirme obligada, sino porque sale de mí misma hacerlo así.
9. Soy una mujer que
debe aceptar desafíos, ser una mujer honorable y decir cuando no
estoy de acuerdo con los que me rodean. No tengo miedo a mis palabras,
porque sabré ser mesurada y respetuosa, confiando que si respeto a los demás
también me ganaré su respeto.
10. Tengo que decir
adiós a mis viejas heridas y sanarlas para recibir lo que la vida me
tiene reservada. Si alguien se fue de mi vida, no debo considerarlo como mala
suerte sino como un avance en mi vida por la cual todo lo que no sea bueno para
mí será apartado y así poder decirle adiós al pasado.
11. Desde ahora voy
a planear
mi vida y mi futuro con la convicción de que merezco lo mejor, valoraré mi intuición y
actuaré con sabiduría para distinguir lo bueno de lo malo y hacer lo correcto.
12. Viviré
la vida en forma plena y feliz, sabiendo que nunca habrá quien piense de
igual forma a mí y aceptándolo así. Sólo así tratando de ser lo mejor, voy a
recibir lo mismo.
13. Buscaré entablar
relaciones sanas, que al mirar a quien yo esté entregando mi corazón pueda yo saber
sin dudar esa es la persona que me complementa y que necesito.
14. Ya no tendré dudas
en mi corazón, cuando el corazón hable sabré escucharle y eso me hará una mujer
sabia que no volverá a caminar por el sendero de la amargura.
15. Caminaré
con una sonrisa en mi rostro y
con una buena actitud, pero sobretodo, con la seguridad de que soy
una mujer muy valiosa.
CONCEPTUALIZACION DEL CUERPO-MENTE.-otro enfoque.
El
cuerpo: enseñar-esconder
El cuerpo: enseñar-esconder.
Hoy vamos a hablar del área 2, según el esquema
propuesto por Pichon-Rivière. Me refiero al cuerpo.
Lo primero en que caí cuando preparaba esta
intervención fue: ¿Qué cuerpo? ¿Les hablo de mi cuerpo? ¿Del cuerpo de mis
pacientes?
Además, es un tema que puede enfocarse desde muchas
perspectivas. Cualquier especialista tiene algo que decir sobre el cuerpo:
filósofos, sociólogos, biólogos, psicólogos, médicos... Pero aunque pudiéramos
reunir todas esas visiones, el todo seguiría siendo más que la suma de las
partes.
Mientras pensaba en este tema, me venía a la cabeza
la idea de que “el cuerpo lo es todo”, desde dónde vives, sientes, recibes,
envías, pero… habría que contar algo más, ¿no?
Las siguientes reflexiones no necesariamente tienen
un hilo claro, todo es un tanto “orgánico”, digamos.
Por mi formación médica, me pregunté: ¿Es el cuerpo
un conjunto de órganos y sistemas? ¿Es el cuerpo el conjunto de doscientos seis
huesos, seiscientos cincuenta músculos y nueve sistemas más interrelacionados
entre ellos?… ¿Eso es todo?
Porque muchas de las actividades humanas como
pensar, sentir, o planificar no son visibles por los demás a menos que
decidamos comunicárselas. O sea, que mientras que las actividades de nuestro
cuerpo son públicas o visibles, nuestras cogniciones, deseos o intenciones, sin
embargo, permanecen ocultas (si nosotros queremos) al observador. La
constatación de esta distinción público/privado en las actividades humanas
históricamente dio lugar a la suposición de que tendrían diferente origen. Por
un lado el cuerpo sería el soporte de las actividades públicas,
visibles, exteriores. Las actividades ocultas como el pensamiento o lo que
sentimos, tendrían su origen en la psique, el alma, el espíritu, la mente.
Ese dualismo cuerpo-mente, donde la mente es una
sustancia inmaterial que habita en el cuerpo, ha dado lugar a muchas
meditaciones, abstracciones que crearon disciplinas que estudiaran el
funcionamiento de estas dos caras de una misma moneda. Así llegó a delimitarse
lo que era la fisiología (ciencia que estudia el funcionamiento del
cuerpo) y la psicología (ciencia que estudia los procesos mentales o
los comportamientos).
En el extremo opuesto se planteó otra posición, a
finales del XIX, que llevó a neurólogos y psicólogos a abandonar toda
distinción entre mente y cuerpo (monismo la llamaron).
Partiendo de esas visiones opuestas, se han ido
encontrando diversas síntesis. Por ejemplo, John Searle (1985)propone
una solución al problema equiparando la relación entre procesos mentales y
cerebro, a la de la digestión con el estómago. También Laín Entralgo (1989)
propuso una unidad mente-cuerpo, concluyendo que lo verdaderamente anímico es
el cuerpo humano. La relación de la conciencia con el cuerpo es como “la
expresión unitaria de una realidad, la humana, que esencialmente es, a la vez,
cuerpo y psique”.
Acerquémonos a dos conceptos.
Si hablamos desde un punto de vista
anatómico-neurológico nos topamos con el concepto de esquema corporal (Ajuriaguerra,
2000) que
se define como “la representación más o menos consciente de nuestro cuerpo,
inmóvil o en acción, de su disposición en el espacio, de la postura respectiva
de sus diferentes elementos, del revestimiento cutáneo por el que se halla en
contacto con el mundo, la piel”. Sabemos además que existen regiones cerebrales
concretas encargadas de la construcción de ese esquema corporal (lóbulos
parietales, tálamo y el sistema somatoestésico).
Además existe un filtro sensorial que de forma más
o menos automática e inconsciente, aunque sometible en parte a la conciencia,
condiciona nuestras percepciones del cuerpo. Distorsiones en ese filtraje
(situado en los lóbulos parietales) podrían explicar alteraciones perceptivas
de pacientes con anorexia, en mujeres normales embarazadas o durante la
adolescencia.
Para Pichón-Rivière (1959) “el esquema corporal es
la imagen tetradimensional que cada uno de nosotros tiene de sí mismo”. Lo
concibe como una estructura social configurando nociones de espacio y tiempo
que rige muchos aspectos del vínculo con el otro.
Bergson (2006) se refirió al cuerpo propio
como “la única realidad que me permite superar la oposición entre el espíritu y
la materia o como una imagen que yo conozco no sólo por fuera, mediante
percepciones, sino también por dentro mediante afecciones”.
Dolto (1984) señala que el esquema corporal es
más o menos el mismo para todos los individuos de una misma edad que viven en
el mismo clima, mientras que la imagen del cuerpo es propia de cada uno porque
está ligada a la historia libidinal del sujeto.
La vivencia corporal va transformándose ya que
nuestro cuerpo no tiene una apariencia constante y cambia continuamente con los
años, por enfermedades, embarazos…
Otra cosa es la mirada estética que se dirige al
cuerpo. Fijémonos en cómo el ideal que los seres humanos hacen de su apariencia
varía enormemente a lo largo de los siglos, por ejemplo con la valoración de la
obesidad (Rubens). Asimismo el género, la edad, la identidad sexual, el color
de la piel, las circunstancias del entorno y nuestra adaptación más o menos
adecuada a él, condicionan la vivencia que tenemos de la corporalidad.
¿Por qué plantearos todo esto?, ¿por qué mi
interés?
Después de este año tratando con médicos y
enfermedades orgánicas os diría que para mí toda la medicina es psicosomática.
No podemos separar a ese cuerpo/órgano enfermo de su cerebro y su psique. No
tener esto en cuenta lleva a la medicina actual, positivista y basada en la
evidencia a errores, a no entender el proceso de enfermar de “esa persona”.
Para ello, entonces, llaman al psiquiatra/psicólogo. Mientras la dualidad
cuerpo-mente se ha visto progresivamente superada por otras disciplinas, la
medicina continúa siendo dualista.
Para pensar todo esto de forma un poco ordenada, me
he valido del modelo biopsicosocial de integración, que es como define la OMS a
la salud o de autores como Pichon-Rivière que con sus tres áreas ya anticiparon
lo que hoy es lugar común.
Os introduzco en mi entorno laboral (hospitalario,
pacientes sobre todo digestivos…). Un ejemplo de patología digestiva:
-Lo biológico: la serotonina juega un papel
esencial en la génesis y evolución de la patología digestiva. Todo el sistema
digestivo está bañado por serotonina. El sistema límbico contiene al sistema
deglutorio.
-Lo psicológico: rasgos de personalidad como la
alexitimia que se han relacionado especialmente con este tipo de patología o,
por ejemplo, los estilos de afrontamiento.
-Lo social: factores estresantes crónicos y
repetidos, incluso abusos sexuales se han dado como factores que inciden en la
evolución de estas patologías.
Pichon-Rivière, con su teoría única de las
enfermedades mentales, establece que la principal diferencia que existe entre
ellas es el área de expresión de los conflictos, ya sea en la mente, en el
cuerpo o en las relaciones con el mundo exterior. Teniendo presente que siempre
está comprometida la totalidad de la persona, aunque con el predominio de una
de las áreas.
Por ejemplo, un sujeto configura en un momento dado
una enfermedad psicosomática con el propósito de “librarse” de la psicosis.
Tiene así la gran ventaja, desde un punto de vista social, de que esta
enfermedad no aparece incluida en la categoría de alienación. El sujeto que la
padece es considerado como un enfermo del cuerpo y no es reconocido como un
enfermo mental.
Dado que estamos en un grupo, pensando en grupo,
miremos desde un punto de vista social, cuerpo y grupo, cuerpo y cultura…
Mary Douglas (Aguado Vázquez, 2004) dice:
…El cuerpo humano es imagen de la sociedad y, por
lo tanto, no puede haber un modo natural de considerar el cuerpo que no
implique al mismo tiempo una dimensión social. El interés por las aperturas del
cuerpo dependerá de la preocupación por las salidas y las entradas sociales,
las rutas de escape y evasión. Donde no exista una preocupación por preservar
los límites sociales no surgirá tampoco la preocupación por mantener los
límites corporales. La relación de los pies con la cabeza, el cerebro con los
órganos sexuales, la boca con el ano expresa los esquemas básicos de la
jerarquía. En consecuencia adelanto la hipótesis de que el control corporal
constituye una expresión del control social y que el abandono del control
corporal en el ritual corresponde a las exigencias de la experiencia social que
se expresa. Aún más, difícilmente podrá imponerse con éxito un control sin que
exista un tipo de control equivalente a la sociedad. Y finalmente, ese impulso
hacia la búsqueda de una relación armoniosa entre la experiencia de lo físico y
lo social debe afectar a la ideología. En consecuencia, una vez analizada la
correspondencia entre control corporal y control social tendremos
la base para considerar actitudes variantes paralelas en lo que atañe al
pensamiento político y a la teología.
El dominio sobre nuestro cuerpo es cambiante en
función de la sociedad en la que vivimos. En la antigüedad, el cuerpo del
esclavo era propiedad del amo. Actualmente, la donación de órganos, el aborto,
los piercings y tatuajes, fumar, la homosexualidad, el suicidio (hasta hace muy
poco el suicidio estaba penado por la ley y al que se suicidaba se le dejaba
sin funeral o sus bienes pasaban al estado)… O por ejemplo la cirugía estética,
las atrocidades a las que se someten muchísimas personas que “libremente”
deciden practicarse esas intervenciones, porque su cuerpo es suyo.
El tema del autocuidado al propio cuerpo es
controvertido, y se ha visto como inmadura esa preocupación excesiva por el
cuerpo. Se supone que uno no debería mimarse y se buscan disculpas cosméticas
para hacerlo. Por ejemplo, un niño puede acariciarse la parte dolorida de su
cuerpo, pero no así un adulto. El adulto tiene que buscar formas más indirectas
y enmascaradas de cuidar su cuerpo: utilizar cremas y aceites médicos para
masaje o broncearse, actividad en la que socialmente se acepta el permitirse
largos periodos de pasividad dejando que el calor juegue con la piel.
En el cuidado de sí mismo está implícito el cuidado
materno y se aprecia hoy una asociación entre el tener una apariencia
física agradable y el hecho de llevar una alimentación adecuada, tal como las
madres lo reiteran a sus hijos en un su momento (incluso en edades avanzadas)…
¿Qué pasa con quien deja de comer? ¿A quien va dirigido ese daño?, ¿a uno
mismo? O quien se descuida físicamente… ¿se agrede, se corta, se daña?
Tatuajes, piercings o el daño propio versus el
beneficio del que mira.
Maquillajes, vestidos, etc., son un intento de
crear un “ideal de nuestro propio cuerpo”.
Se han hecho estudios en donde se preguntaba a
personas por la calle por qué vestían esa ropa. Entre las mujeres, algunas
contestaban que por comodidad, otras para estar más atractivas y seducir a los
hombres y otras para generar una impresión estética favorable; en cambio todos
los hombres decían que se vestían así para evitar la desaprobación del entorno,
pues la coquetería masculina no esta socialmente aceptada.
Otra. El ser humano tiende a sentir ansiedad cuando
se enfrenta a un cuerpo muy diferente al suyo. Por malformaciones, cicatrices,
quemaduras, sexo, edad, raza, gordos y delgado. El cuerpo muerto genera también
mucha ansiedad y nuestra cultura tiende por ello a evitarnos la visión de
cadáveres. Las personas mayores deben enfrentarse a la aceptación progresiva de
los signos de su deterioro físico. Las ancianas ven incluso puesta en cuestión
su feminidad ante esos cambios. O las mujeres embarazadas que experimentan
transformaciones físicas importantes durante un breve periodo de tiempo, pero
se adaptan rápidamente a ellas.
También la trama del racismo pasa por ahí. Por
ejemplo se explica el temor de un hombre blanco a uno negro por si por empatía
o contagio se acabara volviendo negro él también. Se sugiere que “lo negro”
evoca prejuicios relacionados con otros conceptos negativos tales como los de
diablo, suciedad, antidios… Incluso hay autores que apuntan que los blancos
proyectan en los negros todos los sentimientos de suciedad y de aversión hacia
su propio cuerpo.
Las actitudes hacia nuestro propio cuerpo juegan un
papel importante en las relaciones interpersonales, en la forma en que uno se
viste, en el prejuicio racial, en la utilización del espacio de las ciudades y
en otros muchos aspectos de la vida humana.
Os voy a comentar para terminar dos viñetas
clínicas que giran en torno a lo desarrollado hasta ahora.
Caso clínico 1: El cuidado del cuerpo descuida el de la mente.
Juanma es un hombre de treinta y dos años.
Tercero de tres hermanos. Trabaja como periodista. Buena adaptación
sociofuncional y sin antecedentes psiquiátricos previos. Buen soporte familiar.
Ingresado en oncología por tumor cerebral en estadio irreversible y en cuidados
paliativos, pendiente de ciclos de quimioterapia.
Nos realizan interconsulta porque el paciente pide
el alta voluntaria “para ir a suicidarme a mi casa” y necesitan una valoración
de su estado mental.
El médico insiste en que es necesario para el
“cuidado de su cuerpo” seguir una pauta farmacológica, la quimioterapia… Avisan
a la psiquiatra. Y yo como psiquiatra me pregunto: ¿Es siempre una idea de
suicidio patológica? ¿Hay que darle el alta? Dudas… si realmente hubiera
querido suicidarse, ¿lo hubiera verbalizado? O ¿simplemente hubiera pedido irse
a casa para estar más cómodo?
Caso clínico 2: El cuidado de la mente descuida el del cuerpo.
Juana es una mujer de cuarenta y siete años.
Separada. Dos hijos. Enfermera. Antecedentes referidos de personalidad ansiosa
y tratamientos con antidepresivos y ansiolíticos durante años.
Ingresada para estudio de posible trastorno
digestivo. Nos realizan interconsulta por bajo peso y dificultades para comer.
Durante las entrevistas de valoración se constata clínica compatible con un
trastorno de la conducta alimentaria. El médico que asume su patología mental,
pretende darle el alta hospitalaria con un índice de masa corporal (IMC) de 13.
Pero ¡por debajo de IMC 15 es necesario el ingreso para nutrición forzosa!...
pero “como es paciente psiquiátrica…”. Primero planteémonos que llegue a un IMC
de 15, y luego ya abordaremos su trastorno mental. Nuevamente el dualismo.
Lo corporal y lo mental están necesariamente unidos
aunque intentemos separarlos. Y aquí os traigo expresiones de nuestro idioma
que lo ponen de manifiesto de una forma muy viva (Varela y Kubarth, 1996).
Tirarle de la lengua, subírsele a la cabeza, tener
horchata en las venas, pegar la oreja, estar hasta los cojones, decírselo en
sus propias narices, ponerle los nervios de punta, ir con la frente bien alta,
romperle el corazón, no caberle el corazón en el pecho, ser el ojito derecho
de..., echar un ojo, comérselo con los ojos, enseñar los dientes, meter la
pata, estar en buenas manos.
Todo ocurre en la frontera. Es siguiendo la
frontera como se pasa del cuerpo a lo incorporal. Paul Valéry expuso esta idea
agudamente en la expresión: “lo más profundo es la piel”.
HOLISTICA Y TERAPIAS ALTERNATIVAS, S.C.
6 ene 2014
EL PUDOR, entender y analizar.
EL PUDOR.
por Raúl
Hernández Garrido.
Pudor, vergüenza... Sentimientos
que en lo posible intentamos alejar de nosotros.
De los cuales
nos repele incluso el recuerdo de aquellos momentos en que nos asaltaron. Y si huimos
de la vergüenza, el pudor llegamos a incluso negarlo, hasta el punto de no
queremos reconocer que en algún momento podamos haberlo sentido. Intentamos
neutralizarlos y usamos todos los medios para asegurarnos de que, bajo ningún
concepto, se vuelvan a reproducir. Pero sabemos que en el momento menos
esperado, en el menos conveniente, el pudor marcará nuestro rostro sin que lo podamos
evitar y la vergüenza, como un demonio implacable, se apoderará de nosotros.
Tanto uno
como otro sentimiento se asocian a una respuesta personal, somática y en cierto
modo involuntaria –hasta llegar al malestar físico, a la nausea- que sin
embargo se regiría de acuerdo tanto con el sistema de valores morales y
culturales comunes al grupo social del individuo como por la apreciación que la
persona ha tenido de estos a través de su educación. Pero hoy en día, en que
esos valores están en crisis, los sentimientos de pudor y vergüenza no parecen
tener cabida ni en nuestros hábitos sociales ni en nuestras vidas. En otro
tiempo, “morir por vergüenza”, por ejemplo, se llegaba a estimar como algo “honroso”
e incluso “heroico”, cuando hoy sólo es concebible como patológico o algo ridículo.
El siglo
XX, empeñado en desvelar cualquier secreto, en alejar más y más lejos el horizonte
de la Ley para ampliar la extensión de lo permitido, se empeñó también en intentar
atenuar el malestar que nos produce la vergüenza y en desterrar para siempre el
imposible sentimiento de pudor. Sin embargo la vergüenza pervivió e incluso
mantuvo aún cierto carácter heroico -así ocurre, por ejemplo, en los personajes
de Beckett.
Heroico
en cuanto a gesto ridículo, al que sin embargo se aferra el personaje pese a
todo, demostrando así lo absurdo no sólo de nuestro sistema de valores sino
también de nuestra existencia.
No tuvo tanta suerte el pudor, que o se desestimó
como algo cursi o se repudió como algo pernicioso, ya que lo único que hacía
era señalar algo que debió estar ahí, en un antes indefinido –olvidado-; en un
antes que ahora sabemos que nunca llegó a darse. Al no existir ya ninguna
intimidad no hay nada que soporte el sentimiento del pudor, ya que todo a lo
que se le asocia –el honor, la castidad, la inefable virtud, lo sagrado- o bien
son conceptos que están en crisis o que incluso se han desvanecido en la nada.
Una vez
desvinculado de ese espacio sagrado de lo íntimo y del secreto –espacio que ha
sido negado y revelado como falso-, rechazado el valor de la virtud, el pudor
molesta, y al igual que ésta última, debe ser desechado, porque “impide” llegar
a la verdad. Una verdad última que así mismo se muestra como un engaño. “...con
el tiempo, hemos adquirido un pudor que nos impide llegar lejos en las cosas.”
“Detrás de ese velo hay algo que no hay que
mostrar y es en lo que el demonio (...) del develamiento del falo en el
misterio antiguo se presenta y se articula y se denomina como el demonio del
pudor, y el pudor tiene sentidos y alcances diferentes en el hombre y en la
mujer. (...)
Hace
alusión al velo que recubre el falo del hombre. Es exactamente lo mismo que
recubre la totalidad del ser de la mujer, en tanto de que lo que se trata
justamente
es de lo
que está detrás; lo que está velado es el significante del falo. Y el
develamiento de algo que no mostrará nada más que nada, es decir la ausencia de
lo que es develado, es muy precisamente a lo que se refiere Freud a propósito
del sexo femenino, a propósito de la cabeza de Medusa, o el horror que
representa a la ausencia revelada como tal.”
Tal es la
naturaleza del pudor, y por eso, con meticulosidad científica y una enorme
desconfianza, a lo largo del ya pasado siglo XX se rechazó y persiguió, ya que
era un obstáculo para llegar al fondo de la verdad, para finalmente impedir
desvelar que el último secreto sólo lo ocupa la nada.
Pudor y vergüenza.
En el sistema
psíquico establecido por Freud, el instinto encuentra una serie de barreras
para su libre manifestación, y una de estas resistencias es precisamente la del
pudor, que se constituye en una “fuerza represora”, junto con la “moral” y la
“repugnancia”. En el 4 desarrollo del individuo Freud sitúa la aparición del pudor (concepto
que él encuentra muy unido al de vergüenza) en una instancia posterior a en la
que se generan el asco o la repugnancia (que no dejan de ser reacciones
somáticas e involuntarias) y previa a aquella otra en que se fragua en el
individuo una moralidad que justifique en el individuo cada uno de sus actos de
forma responsable y más consciente.
En su
teoría evolucionista de la moral para Freud al darse el bipedismo los genitales
comienzan a estar expuestos a la mirada. Una primera reacción frente a esa
frontalidad de lo genital es la de la repugnancia, ligada a la represión contra
el mal olor que se asocia a los excrementos. La vergüenza aparece después,
ligada a la exposición a la mirada del otro de la desnudez propia, es decir, de
la genitalidad. Y eso nos recuerda cierto pasaje fundamental de la cultura
judaica y cristiana, en el que se establece, por primera vez, no el acto de ver
(ya establecida de forma contumaz como hecho valorativo – “vio Dios que era
bueno”) sino el hecho de ser mirado, de ser objeto de la mirada de otro (en
este caso, del Otro).
Yahveh
Dios llamó al hombre y le dijo: «¿Dónde estás?»
Este
contestó: «Te oí andar por el jardín y tuve miedo, porque estoy desnudo; por
eso me escondí.” Génesis 1
Sobre el Pudor y el Sentimiento de la Vergüenza
Define la
vergüenza como algo propio de lo humano porque responde a la doble naturaleza
del hombre, entre lo animal y lo espiritual. Como cuerpo, el hombre tiene de
qué avergonzarse. Como espíritu, el hombre puede avergonzarse. Pudor
y vergüenza se relacionan, e incluso parece que muchos pensadores, y entre
ellos los mismos Freud y Scheler, usan uno y otro término de forma
indiscriminada.
Importa
sin embargo distinguir un sentimiento de otro. Scheler ya señala la posibilidad
de que se dé cierta clase de vergüenza sin pudor. Y ésta nacería de la
consideración de una vergüenza “objetivizada”, una vergüenza sometida a una
norma social, externa, impuesta, y finalmente arbitraria y contingente con el
lugar, con la época. Una vergüenza que acaba siendo falsa, impostada, y cuya
expresión final es la “mojigatería
”. Y eso
ya nada tiene que ver con el pudor, con el auténtico pudor, que aparte de la
variedad que pueda presentar en sus diferentes manifestaciones, atendiendo a la
diversificación cultural, deberá ser siempre entendido como un sentimiento
personal y subjetivo. ¿Está la aparición de la vergüenza más del lado del otro
que la provoca con su presencia – con su mirada- mientras que el pudor surge
como algo más asociado al individuo mismo que la siente? Vergüenza: ser en la
mirada del otro La vergüenza aparece en el momento es que nos sentimos mirados,
en que nos convertimos en objeto de la mirada de un otro. Fue en un principio
vergüenza de ser mirado desnudo. Nace de la posibilidad de mostrarse, lo cuál
supone, dada la reciprocidad del gesto exhibicionista, la posibilidad de mirar.
Si hay un límite entre el yo y el otro, la vergüenza constata que ese límite ha
sido traspasado.
Para Jean
Paul Sartre mi mirada sobre el otro transforma al otro en objeto; pero a su vez
ese otro me mira y me constituye a mí mismo como objeto. Pero un objeto en el
que se determina un “derramarse interno del universo”, una hemorragia interna
del sentido, ya que lo que el yono puede percibir –esto es, reconocerse a sí
mismo como objeto- acaba 6forzando al sujeto a reconocerse como objeto en el otro, que a su vez
está siendo mirado y por lo tanto siendo objeto –siendo sin embargo ese otro el
que me mira y que me convierte en objeto de su mirada-.
Es pues
la mirada del otro una mirada capaz de juzgar, y eso provoca o causa la
aparición de la vergüenza, en cuanto a que alguien me mira y yo al ser mirado
me siento en falta. El sujeto admite su caída, su objetualización, en cuanto
que hay otro que le mira, que le capta como objeto, y en tanto a eso hay
alguien que puede juzgarle. La vergüenza es sentimiento de caída original, no
del hecho de que haya cometido tal o cuál falta, sino simplemente del hecho de
que estoy caído en el mundo, en medio de las cosas, y de que necesito la mediación
ajena para ser lo que soy. SARTRE, Jean Paul: El Ser y la Nada.
Pero,
finalmente, esa mirada, en la que no es posible ninguna mediación (ya que se
declara que Dios no tiene lugar aquí), acabará por destruir sus dos polos, ese
yo enfrentado a otro con el que no es posible crear ninguna distancia.
El rubor y el pudor
El pudor
no sólo es un sentimiento, sino que tiene una expresión fisiológica en el
rubor. Si el instinto se manifiesta fisiológicamente en la excitación, en la
acumulación de sangre en los capilares de los genitales, en el pudor la sangre
se agolpa en el rostro. Y además, en una zona concreta del rostro, en las
mejillas, bajo los ojos. El rubor marca algo del signo de la excitación (pero
fuera del intercambio sexual), habla de un momento en que hubo goce, que el
goce estuvo pero que ya no está, y que sin embargo marcó al individuo. Y lo
marca al sacar a la luz el pudor lo más personal del que lo sufre: el pudor le
da un rostro o más bien revela lo que hay bajo el rostro.
El rubor
es una evidencia fisiológica (pero una evidencia formada no en el instinto sino
en el poso de la educación, de la cultura como pacto moral de un grupo social),
una evidencia con la que el cuerpo habla, y por eso, quizá, es tan difícil de
dominar a través de la voluntad. Es allí donde el sujeto no puede mentir: marca
cuál es su personalidad última al marcar su deficiencia más sentida.
El lugar del pudor y el Otro.
Lacan
califica en Kant con Sade(Escritos, 2) al pudor como "amboceptivo de las
coyunturas del ser". Con ello marca que el pudor está ligado y toma
aspectos tanto del lado del sujeto como del lado del Otro. Deforma negativa,
"el impudor de uno constituye la violación del pudor en el otro". El
pudor es una dimensión en la que el sujeto no se constituye, pero sí se
muestra, y en el pudor el sujeto es reconocido y admitido por el otro. Como en
la vergüenza, el pudor aparece cuando hay otro, y precisamente el pudor ocupa
el lugar donde puede que se daría la vergüenza. Si en la vergüenza el sujeto se
da cuenta de que hay una mirada por la que puede ser juzgado, en el pudor el sujeto
reconoce su falta y al apuntar con su mirada fuera de ese lugar en el que se
inscribe su caída logra apartar la mirada del que le mira.
El pudor
supone un entendimiento mutuo entre el que mira y el que se siente mirado, una
alianza y un pacto de silencio. No se niega la mirada, sino que se la reconduce
hacia un lugar diferente a eso, sabiendo que eso está ahí. Y que eso no debe
ser hablado precisamente para que eso exista. Esa desviación de la mirada sólo
se puede dar si el otro reconoce otra dimensión para el que se convierte en
centro de su mirada que la de ser un simple objeto; si se da el acatamiento de
un Otro que dará sentido a ese respeto que implica el pudor. En caso de que no
sea así, el sujeto queda expuesto a la mirada del otro como una agresión última
que acabará desgarrándolo, ya que lo negará como tal sujeto, lo reclamará como
un objeto sin mayor independencia de la voluntad del que mira.
“ 26Al sexto mes fue enviado por Dios el ángel Gabriel
a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, 27a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de 9 David; el nombre de la virgen era
María. 28 Y entrando, le dijo: «Alégrate,
llena de gracia, el Señor está contigo.»
29 Ella se conturbó por estas
palabras, y discurría qué significaría aquel saludo. “ LUCAS: Evangelio de San
Lucas, Capítulo 1
Si la
mirada del otro implica cercanía y simultaneidad, el pudor crea una distancia
insalvable, y marca un tiempo que se reclama como diferente. Marca de alguna
manera un espacio velado y un tiempo velado: el del mito. Pudor: hombre y
mujer.
Freud
también define el pudor como una resistencia a entrar en un juego
exhibicionista / vouyerista: la resistencia a mostrarse desnudo, la resistencia
a mostrarse, más en general. Un problema está en definir si el pudor es un
sentimiento femenino o masculino. Freud lo asocia como un sentimiento
esencialmente femenino e incluso lo sitúa en cierta fase de la mujer, previa a
la fase vaginal, en la que domina el que para Freud es la parte masculina en el
sexo de la mujer, el clítoris.
Nietzche
distingue un pudor masculino de uno femenino, y marca una preferencia del
primero con respecto al segundo, ya que el pudor en el “hombre se vuelve hacia
lo anímico”, mientras “el de la mujer apunta hacia el cuerpo”. Derrida, citando
a Nietzsche, denuncia el pudor femenino, y afirma la imposibilidad de acceder a
ese pudor supuestamente verdadero, que se encuentra siempre condicionado por el quizá. Un pudor que relaciona con el velo en la mujer,
siendo, según Derrida, este velo utilizado por la mujer simplemente como un
engaño, como una artimaña de seducción. Pues si la mujer es verdad, ella sabe
que no hay verdad, que la verdad no tiene lugar y que no estamos en posesión de
la verdad. Es mujer en tanto que no cree, ella, en la verdad, y por tanto en lo
que ella es, en lo que se cree que es, que sin embargo no es.
DERRIDA,
Jacques: Espolones, los estilos de Nietzche.
Scheler
afirma que en la mujer y en el hombre existen ambos sentimientos de pudor, el
anímico y el corporal, aunque reclama una forma diferente de sentirlos, ya que
la mujer, según Scheler, tiene una concepción más cercana por sus vivencias de
lo corporal.
¿Existen
dos pudores, o ambos son expresión de un mismo sentimiento? ¿Y de qué orden es
ese sentimiento? ¿Cómo pudor volcado hacia la conciencia de dignidad se expresa
y asimila en términos del “velo que debe recubrir el sexo de la mujer”, o como
la conciencia de que si el sexo femenino debe ser velado de la visión del otro
no es sino porque es la expresión corporal del orgullo del sujeto? Quizá en el
eje de uno y otro extremo esté realmente la clave para entender el pudor.
En el
pudor se expresa el cuerpo de la mujer como un lugar en el que se da la caída,
en el que la crudeza de lo real se manifiesta. Y el pudor hace referencia al
velamiento de ese lugar íntimo en que el sujeto se constituye, un lugar íntimo
en el que se vive esa conciencia de la falta y sobre la cuál (sobre su velo) el
sujeto defiende su orgullo. Y en cuanto eso, en cuanto orgullo
de la falta, orgullo de la individuación, el pudor se puede extender más allá
de esta primera apreciación, ligada al cuerpo, y asociada con la castración. Se
puede extender como cuidado máximo, como prevención, como un respeto que
asegura que no se va a ir más allá de cierto punto en el que empezaremos a
sentir el vacío de la nada destruyendo todo valor, toda posibilidad de sentido.
Reinsertando el pudor.
Difícil tarea la de reinsertar el sentimiento
del pudor, precisamente por esa levedad que lo caracteriza: si se habla, si se
explicita, el pudor se desvanece. Difícil tarea porque se atenta contra el
pudor allá donde el bien social se expresa. El pudor está lejos de lo que se
considera hoy como valor socialmente positivo. Los dominios de la satisfacción
de cualquier deseo, de un placer ilimitado, parecen estar reñidos con el pudor.
Tampoco los integrismos, que desde su defensa de una moralidad estricta se supone
que estarían más indicados para permitir ese retorno al pudor, parecen tener la
mejor solución para reintroducir este sentimiento. Juan Pablo II en su
“Teología del cuerpo” defiende que sólo a través de la castidad se podría
superar el pudor y librarnos de la vergüenza, alcanzando un estado previo al de
la “caída”.
La
'desnudez' significa el bien originario de la visión divina. Significa toda la
sencillez y plenitud de la visión a través de la cual se manifiesta el valor
'puro' del cuerpo y del sexo. La situación que se indica de manera tan concisa
y a la vez sugestiva de la revelación originaria del cuerpo, como resulta
especialmente del Génesis 2, 25 ('Y
estaban desnudos, el hombre y la mujer, pero no sentían 12vergüenza') no conoce la ruptura interior y
contraposición entre lo que es espiritual y lo que es sensible, así como no
conoce ruptura y contraposición entre lo que humanamente constituye la persona
y lo que en el hombre determina el sexo: lo que es masculino y femenino. JUAN
PABLO II: Génesis: La experiencia originaria del cuerpo.
Esto es
válido para los que quieren alcanzar un estado de bienaventuranza, un estado
que logre trascender el hecho de la diferencia y la agitación y desasosiego que
ésta produce, y lleguen a una extraña fusión mística para la que no todos
pueden estar preparados. ¿Qué pasa entonces con aquellos incapaces para acceder
a este nivel beatífico? El pudor, ¿sigue siendo algo ajeno, lejano, inservible
al fin y al cabo, incluso desde este marco que asegura un sistema de valores,
en el que lo virtuoso, lo sagrado tienen tanta importancia? ¿Reivindicar
entonces el pudor, para qué?
Difícilmente
se puede incluso defender la entidad del pudor, su posible validez, cuando el
que debería ser uno de sus máximos valedores habla de su superación. Y sin
importar que, según la religión católica, cuando la Bienaventuranza se instaló
en la Tierra fue anunciada precisamente con el pudor de María, como se lee en
el Evangelio según Lucas, arriba citado.
¿Reinsertar
el pudor? Nada, a no ser la represión más tremenda, podría reintroducir el
pudor de forma extendida y general. Y eso lo único para lo que serviría es para
imponer la mojigatería y la hipocresía. Reintroducir el pudor se constituye en
una labor personal e íntima, basada en el respeto hacia el otro, en un
reconocimiento a su singularidad y a su silencio.
En una
cruzada por la que cada uno de nosotros, de forma secreta y callada, deberíamos
empeñarnos. Pero, ¿eso es posible? Y en caso de serlo, ¿es necesario? Esto es
una cuestión que remite a otra: ¿el orgullo de ser humano es algo necesario?
¿Debemos seguir basando nuestro sistema de valores, y de definición personal,
en la escala que da el respeto por el otro, en vez de considerar
al otro como un objeto, y como tal, sometido a las leyes de economía que se dan
en las transacciones entre objetos?
El pudor en la creación.
Por
último, citar brevemente otra forma de expresión del pudor, la del pudor en el
texto. Cierto pudor que atraviesa el texto y que afecta tanto al autor como al
lector. Por parte del lector, ese pudor señala la posibilidad de leer el texto,
de asumir en el texto una capacidad de traer una palabra, y de atender a ello
sin eclipsarlo, sin desmontarlo. En leer con cierta inocencia, en asumir que un
texto nos puede sorprender y darle la posibilidad de ser escuchado. Por parte
del autor, el respeto hacia el mismo texto, hacia el lector, y que requiere
cierta humildad del artista con respecto a sus capacidades de creación.
Imponiendo así ciertos límites, quizá como los del rabino de Praga con su
Golem, sobre cuya frente escribió la palabra EMET, “verdad” para animarlo,
bastando borrar la primera letra, E, para que ahora con la palabra MET inscrita
el Golem se derrumbara reducido a cenizas.
No es la
magia del cabalista la que creó al Golem, sino la palabra, y esa misma palabra,
o el reverso de la palabra, independiente al fin y al cabo de la voluntad del
creador, muestra que esa apariencia no es sino simple ceniza,
porque el Único al que Le está reservado crear vida es Dios. Un pudor que
otorga a lo creado cierta autonomía con respecto a la voluntad del artista, que
así se manifiesta como no omnipotente porque el acto creador no es sino
delegación de otra voluntad, a la que el artista se somete en la misma medida
que se someten los objetos creados por el artista. ¿Textos que puedan volver a
sostener el pudor? Textos que fueran capaces de ser creídos por nosotros,
textos que reconstruirían un sistema de valores que volvieran a tener sentido.
Textos con el sabor de la inocencia, pero con el poso del conocimiento.
HOLISTICA
Y TERAPIAS ALTERNATIVAS, S.C.
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