MIEDOS,
ANSIEDAD Y FOBIAS: DIFERENCIAS, NORMALIDAD O PATOLOGÍA
Autora: Dª Ana Mª Bastida de Miguel
Licenciada en Psicología - Máster en Psicología
Clínica
Psicóloga especialista en psicoterapia por la EFPA
Postgrado en Medicina Psicosomática y Psicología de
la Salud
Mamá: ¡No quiero ir a la escuela, me duele mucho la
cabeza, me duele mucho la tripita!…
Mamá: ¡Quiero dormir contigo, tengo miedo! ¡No apagues la luz! ¡No me dejes solo!...
Mamá: ¡A casa de los yayos no que tengo miedo! ¡No te vayas! ¡Socorro un perro,
una araña!... ¡No puedo conducir! ¡No puedo comer! ¡No puedo entrar al
ascensor! ¡No puedo ir al teatro! ¡No puedo salir de casa!…
Los miedos son experiencias normales en la vida de
los niños, siendo más frecuentes en las niñas que en los niños.
Miedo como respuesta emocional
El miedo es una emoción normal y universal,
necesaria y adaptativa que todos experimentamos cuando nos enfrentamos a determinados
estímulos tanto reales como imaginarios, los niños a lo largo de su desarrollo
sufrirán y experimentarán numerosos miedos: a la separación, a los extraños, a
los ruidos fuertes, a la oscuridad, a quedarse solos, a los animales, al
colegio y así podríamos continuar con un muy largo etc. La mayoría serán
pasajeros y no representarán ningún problema, irán apareciendo y
desapareciendo en función de la edad y del desarrollo psiconeurológico. Estos
miedos, a través del aprendizaje, resultarán muy útiles en muchas ocasiones
pues les podrán ayudar a enfrentarse de forma adecuada y adaptativa a
situaciones difíciles, complicadas, peligrosas o amenazantes que puedan surgir
a lo largo de su vida y su función fundamental será protegerles de posibles
daños generando emociones que formarán parte de su continua evolución y
desarrollo (el niño no debe tener miedo a los toboganes por ej., pero sí debe
ser prudente al bajarlos y jugar en ellos). Por tanto no sólo será normal
sino también necesario que los niños experimenten miedos específicos y
concretos ante situaciones, objetos y pensamientos que impliquen peligro o
amenaza real, evitando así correr potenciales riesgos innecesarios que puedan
poner en peligro su vida, su salud o su bienestar físico o psicológico, pero sin
que en ningún momento éstos sean lo suficientemente importantes como para
alterar de forma significativa su vida o su desarrollo cognitivo o emocional.
Ansiedad como respuesta
psicofisiológica
La ansiedad es una respuesta psicofisiológica de
alarma que
surge cuando la persona necesita reaccionar ante determinadas situaciones,
acontecimientos estresantes o estímulos percibidos como amenazantes, peligrosos
o de incertidumbre, bien sean reales o imaginarios, internos o externos. Al
igual que el miedo también es una respuesta normal, necesaria, adaptativa e
incluso positiva pues prepara al organismo para movilizarse ante
situaciones que requieran una activación neuronal superior a la requerida por
otras muchas situaciones que no impliquen dificultad alguna. Mientras dura
el estado de alarma o alerta el organismo pone en marcha toda una serie de
mecanismos de defensa, tanto fisiológicos como psicológicos, con la
finalidad de superar y enfrentarse a la posible amenaza y aunque durante este
tiempo se incrementan los sentimientos, nada agradables, de angustia e
inseguridad también se incrementa una mayor percepción del entorno y una
mayor agudeza y concentración mental además de una mejor preparación física
para facilitar que el enfrentamiento a la amenaza pueda realizarse con el mayor
éxito posible e incluso podamos incrementar nuestro rendimiento siempre que
la respuesta ansiógena termine en cuanto concluya el factor ansiógeno
desencadenante.
Miedos considerados como normales y dependientes del desarrollo madurativo:
Edades
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Miedos
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0 a
1año
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Temor a estímulos extraños o violentos, ante la
pérdida de apoyo, a los desconocidos, a la separación de los padres … (se consideran programados
genéticamente y de un alto valor adaptativo pues nos ayudarán a sobrevivir
ante posibles amenazas o peligros)
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2 a 4
años
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Se inicia la evolución de los auténticos miedos
infantiles, la
mayoría de los miedos a los animales comienzan a desarrollarse en esta etapa
y pueden perdurar hasta la edad adulta. Nos encontramos con temor a las
caídas, a los animales, a los extraños, a los ruidos fuertes, a la oscuridad,
a los coches, a separarse de los padres, a los cambios en el entorno, a las
máscaras… (el niño puede explorar su entorno por lo que los temores van
aumentando pues hay mayor probabilidad de encontrarse con situaciones de
peligro, aparecen las respuestas de evitación al huir del estímulo
atemorizante y correr al encuentro de los padres) (la naturaleza de los
miedos y el desarrollo cognitivo también cambia por lo que los miedos van
tomando un carácter más social y lo habitual es que vayan desapareciendo
progresivamente a medida que el niño crece y se enfrenta a ellos)
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4 a 6 años
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Se mantienen los miedos de la etapa anterior pero van incrementándose los
estímulos que potencialmente pueden ser capaces de generar miedo como,
ruidos fuertes o extraños (en ocasiones producto de su imaginación), truenos
y relámpagos, a la gente mala, a los cambios en el entorno, a las máscaras, a
las alturas, a las catástrofes, y a los seres imaginarios (monstruos y
fantasmas), a las lesiones corporales, a dormir solos o quedarse solos… El
desarrollo cognitivo del niño y su capacidad fantasiosa son a estas edades
mayores por lo que entran en escena los estímulos imaginarios, se van
añadiendo situaciones de lo más variadas y estímulos fóbicos diversos que
pueden perdurar hasta la edad adulta.
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6 a 9
años
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El niño alcanza la capacidad para discriminar las
representaciones internas de la realidad cognitiva. Los miedos tendrán ahora
mayor realismo y serán más específicos, poco a poco irá desapareciendo el
mundo fantástico y el temor a los seres imaginarios pero irán tomando
mayor relevancia temores más específicos y concretos como temor a la
oscuridad, al daño físico y a las heridas, a la crítica o al ridículo por la
ausencia de habilidades escolares y deportivas, al colegio, al fracaso
escolar, a los animales, a ser observado, al aspecto físico, también se
incrementan los temores transmitidos por los medios de comunicación… Poco
a poco irán desapareciendo unos miedos e incrementándose otros en
función de cómo hayan superado los pequeños enfrentamientos que se hayan
ido presentando a lo largo de su corta vida.
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9 a 12
años
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Al igual que en la etapa anterior la realidad
cognitiva va tomando mayor relevancia, comienzan a tomar conciencia de
miedos concretos y específicos pero más basados en la realidad objetiva
como miedo a los incendios, a los truenos y relámpagos, a los exámenes, al
rendimiento académico, al fracaso escolar, a las lesiones corporales, a los
accidentes, a contraer enfermedades graves, a la muerte, se incrementa el
sentido del ridículo, aparece el temor a conflictos graves entre los padres
(peleas, separaciones, divorcios) o al mal rendimiento escolar, se incrementa
el miedo a los compañeros y en especial a los que se muestran agresivos.
A estas edades suele darse un leve repunte de miedos que parecían
superados.
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12 a 18
años
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En esta etapa se reducen los miedos a animales
y a estímulos concretos para ir dando paso a temores relacionados con
la autoestima personal (capacidad intelectual, aspecto físico, temor al
fracaso personal o escolar) y a las relaciones sociales (preocupación
por el rechazo o reconocimiento por parte de sus iguales, compañeros de
clase…), a las críticas...
En esta etapa comienza el distanciamiento familiar y la necesidad de
experimentar nuevos riesgos como una forma de autoafirmarse dentro del
grupo de amigos, poco a poco irán dejando atrás las etapas infantiles y
tomando protagonismo el grupo de pertenencia.
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A
partir de los 18 años
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Los temores irán evolucionando debido al
aprendizaje, a las
experiencias propias o presenciadas en personas ajenas, algunos serán
necesarios y adaptativos pues nos ayudarán a estar en estado de alerta y
precaución ante las distintas situaciones que puedan requerirlo y saldremos
fortalecidos, otros se superarán sin dejar ninguna huella pero otros
derivarán en auténticas fobias con todas las consecuencias que puedan
derivarse de ello. De ahí que sea fundamental prevenir, resolver y
adquirir los recursos y habilidades necesarias para poder enfrentarnos y
responder satisfactoriamente al medio tanto interno como externo e
impedir que un miedo que en principio es adaptativo termine derivando en una fobia
que ya no es adaptativa sino patológica.
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Fobias como respuesta
descontrolada e incapacitante
El miedo y la ansiedad dejan de ser respuestas
normales, adaptativas, necesarias y positivas cuando superan el umbral de tolerancia, no hay
percepción de control, se produce una evitación continuada del estímulo
aversivo, interfieren considerablemente en el funcionamiento normal y
adaptativo. Las respuestas se siguen manteniendo a pesar de la cantidad de
explicaciones racionales que puedan recibir al respecto pues el terror les
incapacita para escuchar razones o tomar decisiones racionales ante
situaciones reales o imaginarias o ante objetos y animales que para la mayoría
de las personas no representan ningún peligro excepto para quienes su cerebro
los interpreta como terriblemente peligrosos y amenazantes. Estas respuestas
son excesivas y vienen cargadas de un estado de ansiedad considerable,
continuo y persistente, son poco razonables e intensamente
desproporcionadas, se prolongan en el tiempo y generan un
malestar clínicamente significativo con enorme sufrimiento, que lo sufre
tanto el niño como los padres o adultos que lo cuidan, presentando un conjunto
de síntomas que pueden llegar a ser incapacitantes para la persona que los
padece generando todo ello un estado que escapa a los mecanismos de control.
En esta situación el miedo se convierte en fobia, donde ya no hay miedo sino
pánico, y la ansiedad deja de ser positiva para pasar a ser negativa y
patológica lo que la convierte en altamente dañina y perjudicial para quien
la sufre además de alterar sensiblemente su capacidad para afrontar situaciones
cotidianas (como dormir, estar solo o con gente, ir a la escuela, salir de
casa, viajar, enfrentarse a diferentes situaciones que dependerán del objeto
temido, etc. y en definitiva poder llevar una vida normal y satisfactoria).
Establecer la frontera entre miedo, ansiedad y
fobia no siempre será fácil pues dependerá de factores como la edad, naturaleza del objeto o
situación temida, frecuencia, intensidad, grado de incapacitación, etc.
Ante una fobia se van a presentar comportamientos
de los más dispares y con
gran dificultad para mantener un control racional del pensamiento, reaccionando
desde la inmovilidad absoluta hasta el ataque de pánico donde la norma es
la gran evitación del estímulo aversivo o con una huida desesperada y
sin control cuando no se pueda evitar y no quede más remedio que exponerse
al mismo.
Para comprender mejor qué ocurre ante una fobia podemos
analizar las manifestaciones a través de tres niveles de respuesta: el
fisiológico, el motor y el cognitivo.
Respuesta cognitiva: se refiere a todos los pensamientos,
creencias e imágenes todo ello con un gran contenido de peligro o amenaza y que
derivan del temor percibido ante el estímulo fóbico. Estos pensamientos se
producen de forma automática con total percepción de pérdida de control, gran
convencimiento de que no podrá soportarse, de que ocurrirá siempre lo peor con
gran anticipación de todo tipo de desastres... La anticipación será
totalmente negativa e incluso con mucho tiempo de antelación.
En general nos encontraremos con:
- Gran
cantidad de anticipaciones subjetivas relacionadas con las reacciones
fisiológicas.
- Gran
cantidad de creencias erróneas, negativas e irracionales respecto a la
situación temida.
- Gran
cansancio físico y mental
- Dificultades
de atención, memorización y concentración mental.
- Percepción
espacio-temporal alterada.
- Pensamientos
irreales, distorsionados, muy negativos y catastrofistas.
- Sensación
de irrealidad, de tristeza y gran desinterés por el entorno
- Sentimientos
de fracaso e incapacidad de afrontamiento
- Miedo
a morir, a asfixiarse, a sufrir un infarto, a sufrir un accidente, a
perder el control…
Respuesta fisiológica: incluye todas las manifestaciones
internas que podemos sentir cuando nos encontramos ante el estímulo fóbico,
las sensaciones variarán de unas personas a otras en función del tipo de fobia,
lo que para unas será fundamental para otras puede resultar irrelevante. Una
persona que tenga miedo a sufrir un infarto tendrá pavor ante las
palpitaciones, taquicardias, dolor en el pecho o en el brazo… mientras que una
persona que tema comer en lugares que no controla, por lo que le pueda ocurrir,
no soportará pequeñas molestias abdominales, sensación de atragantamiento,
nauseas…
Entre las manifestaciones fisiológicas más comunes
podemos encontrar las siguientes:
- Aceleración
del ritmo cardíaco, palpitaciones
- Opresión
torácica intensa, dolor o malestar en pecho
- Sensación
de falta de aire, de ahogo, de atragantamiento
- Sudoración
excesiva
- Sequedad
de garganta y boca
- Urgencia
de orinar y defecar
- Temblores,
parestesias (entumecimiento de miembros o sensaciones de hormigueo)
- Dificultades
para dormir
- Dolores
musculares, de cabeza, abdominales...
- Acidez
gástrica
- Perturbaciones
digestivas (diarrea o estreñimiento, nauseas, vómitos)
- Sensación
de mareo, vértigo e incluso pérdida de conocimiento…
Respuesta motora: incluye todos aquellos comportamientos
destinados a la evitación, a la huida, a la búsqueda de ayuda y seguridad, al
aislamiento, a realizar cualquier cosa que les permita librarse o escapar del
peligro... Algunos acudirán a urgencias ante la mínima manifestación
fisiológica, otros no saldrán de casa sin llevar con ellos ansiolíticos o los
fármacos que les aporten la seguridad necesaria, otros evitarán actividades que
impliquen esfuerzo físico, otros no comerán determinadas comidas, otros serán
incapaces de quedarse solos, de hablar en público, de relacionarse, de montar
en coche o cualquier otro medio de transporte... Cada uno evitará todo aquello
que esté en mayor o menor medida relacionado con su fobia.
En general, nos encontraremos con:
- Evitación
total del objeto temido
- Aislamiento
o intento de estar rodeado de las personas que incrementen la seguridad
- Urgencia
por escapar, huída con total pérdida de control
- Irritabilidad,
ira, agresividad, movimientos descontrolados
- Gritar,
llorar, bloquearse con gran inhibición motora…
Estas tres respuestas la cognitiva, la fisiológica
y la motora se van a encontrar siempre presentes e íntimamente
interrelacionadas cuando se active un estado de ansiedad anormal. Por ello en cuanto modifiquemos
cualquiera de ellas, automáticamente modificaremos las otras otros dos, por lo
que será de vital importancia conocerlas a fondo para poder exponernos y
enfrentarnos al círculo vicioso en el que se queda enganchada la persona que
padece una fobia.
Además de lo comentado, también nos
encontraremos con cambios bioquímicos como mayor secreción de adrenalina,
noradrenalina, ácidos grasos, corticosteroides… y en definitiva con un sistema
nervioso dispuesto a generar todo lo que sea necesario para hacer frente a las
necesidades de enfrentamiento, lucha, huida o, en su caso, vuelta a la
normalidad.
Debido a los impulsos sensoriales (procedentes, por ejemplo, de
los ojos) las redes neuronales detectan el peligro, se activan y dan
la señal de “Alarma” la cual se transmite primero al tálamo. Si el tálamo
y la amígdala (central de emergencias del cerebro) consideran al
estímulo como peligroso, automáticamente lanzan la alarma general y el
miedo, la rabia o cualquier otra emoción salen a escena y se extiende en
décimas de segundo por todo el organismo a través del tronco
encefálico lo que provoca distintos cambios fisiológicos en el
organismo que lo preparan para afrontar el peligro bien sea real o
imaginario.
- El corazón y la respiración
se aceleran, aumenta el ritmo cardiaco y la presión sanguínea. Consiguiendo que los
músculos reciban más sangre, puedan eliminar más toxinas y se facilite la
huida o la defensa a la vez que mayor oxigenación.
- Los vasos sanguíneos
cutáneos se estrechan para que fluya por ellos menos sangre y se
beneficien sobre todo los órganos internos.
- El sistema inmunológico
moviliza batallones adicionales de células defensivas para afrontar las
consecuencias originadas por la situación amenazante.
- Las glándulas suprarrenales activan la liberación de
adrenalina que se encarga de que el cerebro y los músculos cuenten con
un aporte adicional de energía.
El cuerpo ya está listo para huir o para defenderse. Una vez superada esta primera
fase de reacción la señal de “Peligro” llega a la corteza
cerebral donde reside el pensamiento consciente y ahí es donde
realmente se analiza la situación. Si el cerebro a través del
pensamiento califica también la señal como de “peligro” (por ejemplo,
una situación amenazante para nosotros) la reacción se intensifica. Y es
a partir de este momento cuando comienza la carrera hormonal por el cerebro
y por todo el cuerpo. La meta vuelve a estar en las glándulas
suprarrenales que ahora van a segregar cortisol. Esta hormona agudiza
aún más la reacción corporal y se encargará entre otras cosas, de
mantener la respuesta movilizando las reservas suficientes para que el
suministro de energía sea el adecuado. Más tarde, una vez pasada la
percepción de peligro, será el propio cortisol quien se encargue de dar la señal
de parada y de que el sistema vuelva a su situación de normalidad
poniendo fin a la situación.
La función de todos estos cambios será ponernos a
salvo cuando
nos hallemos ante un peligro real pues además de movilizarnos para evitarlo,
huir o buscar ayuda también hará que aprendamos a evitar en el futuro aquellas
situaciones similares que realmente representen un peligro. El problema
surgirá cuando la reacción de alarma se ponga en marcha descontroladamente y
sin que haya un peligro real que la sustente. En este caso será la
propia persona quien ponga en marcha todo el sistema de alarma al
interpretar la situación como peligrosa en base a unas sensaciones que
experimenta o percibe como tal por el mero hecho de pensar que se encuentra
ante un peligro independientemente de que éste sea real o imaginario.
Diferentes hipótesis sobre el
origen de los miedos
Como vemos los miedos son muy comunes y en
principio aunque casi todos los niños sienten ansiedad y temor en algún
momento de su vida, estos miedos son normales, aparecen sin razones
aparentes, están sujetos a un ciclo evolutivo y suelen desaparecer con el
transcurso del tiempo conforme evolucionan las características cognitivas,
sociales, madurativas o emocionales, exceptuando el miedo a los extraños que
puede subsistir durante la vida adulta dándose con mayor intensidad en las
ciudades que en los pueblos, donde casi todo el mundo se conoce y la percepción
de peligro ante los extraños es de menor intensidad. Tan sólo nos
preocuparemos cuando interfieran en la vida cotidiana y deberá ser un
experto quien determine si se trata de miedos inherentes al desarrollo
evolutivo o por el contrario se trata de un problema que es preciso resolver
para evitar futuros problemas.
A través de numerosas investigaciones se ha puesto
de manifiesto que las niñas suelen presentar más miedos y de mayor
intensidad que los niños.
Hay varias hipótesis al respecto como la biológica
según la cual los varones estarían mejor dotados para el ataque y la defensa
mostrando menos conductas temerosas al ser constitucionalmente más fuertes.
La sociocultural cuya explicación vendría
dada por las diferencias determinadas por los roles sociales transmitidos a
cada sexo en función del entorno social en el que se desarrolle. Las niñas
tienen mayor permisividad a la hora de exteriorizar sentimientos y emociones
relacionados con situaciones temerosas. A las niñas no se les exige ser
valientes ni enfrentarse a situaciones de riesgo con la misma intensidad que a
los niños “A la niña temerosa se la comprende más fácilmente que al niño, se le
dan muestras de cariño y comprensión cuando siente temor, al niño por el
contrario se le exige ser el fuerte, el lanzado, el que se enfrenta y cuanto
más valiente mayor refuerzo recibe tanto por parte de los padres como del entorno,
esta actitud diferenciadora irá poco a poco conformando y modulando sus
conductas de exposición y enfrentamiento al miedo.
Ahora bien cada uno en función de sus
características personales o de sus propias experiencias desarrollará o no
diferentes miedos que puedan derivar en fobias pero independientemente de la
programación genética para desarrollar miedos evolutivos normales que
juegan un claro factor de supervivencia, de las diferencias individuales o del
sexo nos encontramos además con múltiples factores que pueden incidir en el
desarrollo de las fobias como son los patrones familiares esta hipótesis
explicaría las fobias en base a comportamientos aprendidos por la
observación de modelos “aprendizaje por modelado” (especialmente a través
de los padres o allegados). Los padres miedosos podrían ser
inintencionadamente, a través de su comportamiento y sus emociones, inductores
de instaurar diferentes miedos en sus hijos “Padres miedosos transmitirán a sus
hijos inseguridad y miedos”.
En otras ocasiones será consecuencia de la experiencia
directa o indirecta, un niño o un adulto que haya sido mordido por un
perro, o haya visto cómo un perro ha mordido a otra persona, es muy probable
que experimente fobia a los perros e incluso por generalización extenderse a
otros animales, en otras ocasiones los temores descontrolados vendrán
determinados por instrucciones verbales procedentes del entorno como
forma de controlar el comportamiento (que viene el coco, vendrá el hombre
del saco y se te llevará, si te portas mal vendrá la bruja pirula y te llevará
a su cueva…) o por los medios de comunicación o a través de películas
que se presenten como amenazantes o terroríficas e incluso los propios dibujos
animados serán causantes de generar diferentes fobias en los niños. En otras
ocasiones en nuestro ánimo de brindarles protección lo haremos sobreprotegiendo
en exceso e impidiendo que puedan enfrentarse por sí mismos a situaciones
normales o complicadas que les permitan desarrollar su curiosidad intelectual,
recursos y habilidades para enfrentarse a ellos o potenciar comportamientos
independientes y responsables.
Otras veces serán las experiencias vitales
desagradables o traumáticas tras presenciar malos tratos, peleas,
accidentes graves, muertes de algún ser querido… lo que les impacte
emocionalmente derivando en cuadros clínicos más o menos importantes.
En otras ocasiones serán fruto de la imaginación
o de la desinformación ante determinadas enfermedades físicas, otras muchas
veces seremos los propios adultos quienes utilizaremos el miedo para proteger a
los niños ante potenciales situaciones reales y peligrosas (enchufes
eléctricos, tráfico, animales, ir solos por la calle, contactar con
desconocidos…)…
En resumen vemos que el origen puede ser diverso
y las causas multifactoriales, dependerá de cómo actuemos al respecto,
de cómo los anticipemos o nos enfrentemos a los objetos temidos, de cómo
resolvamos, que lo hagamos con mayor o menor premura, que adquiramos mayor o
menor nº de recursos y habilidades de enfrentamiento… el que todo se quede
en nada y desaparezca sin dejar ninguna secuela e incluso podamos salir
fortalecidos de ello o por el contrario se convierta en un auténtico cuadro
clínico con mayor o menor complicación patológica.
Miedos más comunes en la infancia
Miedo a la separación
Es de los primeros miedos en aparecer. Se caracteriza por un intenso
miedo a ser alejados de los padres, familiares o personas ligadas afectivamente
a ellos, se trata de un miedo altamente adaptativo y con un gran valor de
supervivencia, de hecho su presencia indica un cierto grado de madurez en el
niño. Prácticamente todos los niños cuando son pequeños lo sufren. Su
resolución no va a representar ningún problema y generalmente lo hará sin dejar
ninguna huella. A la hora de resolver el problema los padres jugarán un papel
importante pues padres que manifiesten gran ansiedad ante la separación de sus
hijos terminarán por contagiarles. De ahí que el tipo de crianza sea
fundamental para que los niños pasen esta etapa sin sufrir mayores daños y
puedan avanzar hacia una autonomía cada vez mayor.
Los recién nacidos muestran llanto o una conducta
alterada cuando tienen hambre, están cansados o incómodos sin que esto implique
miedo propiamente dicho pues se trata simplemente de una llamada de alerta en
busca de protección y por ello una reacción altamente adaptativa pues les ayuda
a sobrevivir ante posibles amenazas. Es a los 6 meses cuando los bebés
comienzan a manifestar mediante llanto y gritos la ansiedad que les genera la
separación de sus padres o de las personas que lo cuidan, el temor será más
específico cuando los niños comiencen a andar y lo manifestarán corriendo
hacia sus padres en cuanto perciban alejamiento de las personas que lo protegen
y cuidan.
El niño que padece este trastorno siente un gran
malestar cuando está o piensa que puede encontrarse solo ante cualquier tipo de
amenaza. La ansiedad puede llegar a ser tan grande que el niño se niegue a
dormir solo, a quedarse solo, a ir al colegio… llegando incluso a presentar
pesadillas nocturnas relacionadas con la separación o síntomas físicos como
dolor de cabeza, de vientre, de estómago…
Lo normal es que resuelva sin problemas conforme el
niño va creciendo pero en
caso de no resolverse satisfactoriamente será fundamental su detección precoz
que vendrá determinada por el grado de ansiedad manifestada, dado que se ha
podido comprobar su estrecha relación con la fobia escolar en niños y con la
agorafobia en adultos.
Miedo a los extraños
Es un miedo innato y universal. Su aparición se da entre el
primer y segundo año de edad y es el estímulo más temido entre los seis meses y
los dos años.
Ante un extraño el niño responderá desviando su
mirada, rompiendo a llorar o gritando y la respuesta dependerá tanto de la
situación (que el niño esté solo o acompañado de los padres o cuidadores, que
la situación sea más o menos conocida...) como del comportamiento del extraño
(que se acerque lenta o inesperadamente, haya o no contacto físico…) o las
características físicas del extraño (las mujeres causan menos temor que los
varones y los niños menos que los adultos). La experiencia previa con
desconocidos también jugará un papel importante, será más fácil y
representará menor temor para aquellos niños acostumbrados a relacionarse con
diferentes personas que aquellos cuya relación esté más limitada a la familia.
Tenderá a remitir conforme vayamos madurando tanto
cognitiva como emocionalmente.
Miedo a la oscuridad
Suele aparecer en torno a los dos años y
desaparecer generalmente hacia los nueve. Puede producir una gran ansiedad por la noche y
sobre todo a la hora de acostarse, provocando un gran malestar y temor a dormir
solos o quedarse a oscuras, generalmente va asociado a diferentes tipos de
miedos como monstruos, brujas, ladrones, seres imaginarios ocultos que pueden
aparecer en cualquier momento…
El miedo a la oscuridad, a veces irá acompañado
de trastornos del sueño como por ejemplo pesadillas o terrores nocturnos.
Ambos se producirán durante el sueño pero presentan características muy
diferentes, las pesadillas suelen aparecer entre los 3 y los seis años de
edad se caracterizan por presentar un contenido cargado de gran ansiedad
que recordarán nítidamente cuando despierten una vez finalizado el sueño, sin
embargo en el caso de los terrores nocturnos el despertar será brusco, irá
acompañado de gritos, lloros, ojos abiertos y gran manifestación de confusión y
desorientación, sin que el niño responda a los esfuerzos de los padres para
despertarlo y sin recordar nada de lo sucedido al despertar una vez finalizado
el sueño, suele darse entre los cuatro y los doce años de edad y
representa una gran alarma para los padres que ven cómo el niño presenta estas
manifestaciones sin que ellos puedan hacer nada para ayudarle. A diferencia de
las pesadillas el niño no va a recordar nada.
Miedos escolares
El colegio es el lugar donde los niños pasan la
mayor parte de su tiempo y donde vivencian gran número de experiencias tanto
positivas como negativas. Afortunadamente afecta a una minoría de niños y tiende
a darse entre los 3-4 años o los 11-13 años aunque también puede darse
fuera de los estudios obligatorios. Su comienzo en los niños suele ser
repentino, mientras que en los adolescentes se va presentando de forma más
gradual, con mayor intensidad y con peor pronóstico. La fobia al colegio viene
precedida o acompañada de síntomas fisiológicos de ansiedad (taquicardia,
trastornos del sueño, pérdida de apetito, náuseas, vómitos, diarreas, dolor de
cabeza o de tripas, gran malestar…) y con gran anticipación cognitiva de
consecuencias altamente negativas asociadas a todo lo relacionado con el
colegio así como gran dependencia hacia la madre o cuidadores. Todo ello
incrementará las conductas de evitación, de incapacidad, de inhibición y de
bloqueo hacia las tareas escolares con todo tipo de comportamientos ansiógenos
anticipatorios. A diferencia de lo que sucede con otros miedos, se ha
comprobado que la fobia escolar aumenta con la edad, de ahí que si no se
combate a tiempo el fracaso escolar estará garantizado, además de incrementar
otros muchos miedos asociados como miedo al profesor, al fracaso escolar, a
hacer el ridículo, a leer en voz alta, a cometer errores, a que se rían de
ellos, a los compañeros, a las relaciones sociales… lo que va a mermar
considerablemente su seguridad y su autoestima con los riesgos que todo ello
conlleva.
Entre las respuestas más típicas que podemos
encontrarnos serían, entre otras, las siguientes:
- Se
niegan a asistir al colegio inventando mil excusas y retrasando su partida
todo lo que pueden.
- Lloran,
gritan y patalean cuando llega el momento de acudir al colegio y si van al
colegio lloran y se agarran a su madre con fuerza para que no los deje.
- Se
quejan de todo tipo de dolores de cabeza, de tripa, de piernas… con gran
variedad de síntomas fisiológicos como temblores, rigidez de piernas o
brazos, sudoración excesiva en las manos, nauseas, vómitos, diarrea…
cuando se acerca el momento de ir al colegio pero desaparecen si se les
permite quedarse en casa. Durante el fin de semana o en vacaciones nada
les duele, son felices y se encuentran estupendamente.
- Anticipan
todo tipo de consecuencias negativas, lo que les predispone a dar
respuestas altamente desfavorables lo que incrementa considerablemente su
temor al confirmarse sus sospechas.
- Realizan
una autoevaluación muy negativa de sus capacidades lo que dificulta en
gran medida su aprendizaje.
- Planean
todo tipo de respuestas de escape y evitación…
La respuesta fóbica, en este caso, se mantiene y
persiste por el beneficio que se obtiene al evitar el objeto fóbico que en este
caso será el colegio con todo lo que le acompaña: reducción de tareas
escolares, mayor atención recibida, realización de actividades sustitutorias
mucho más agradables, con la excusa de no encontrarse bien pueden quedarse en
casa jugando, viendo la TV…
Ante estos miedos será fundamental actuar lo antes
posible, antes
de que pueda derivar en una fobia, para dotarles de los suficientes recursos y
habilidades como para que les permitan enfrentarse a las diferentes situaciones
ansiógenas que irán apareciendo a lo largo del proceso escolar y evitar así o
dificultar la aparición de futuros trastornos emocionales, fracasos escolares,
sociales o personales.
Miedo a los perros, gatos u otros
animales
En este caso serán los animales los causantes del
miedo o de la posible fobia y como causantes de los temores nos encontraremos con perros, gatos,
serpientes, arañas, ratas y ratones, insectos voladores y pájaros como más
frecuentes, alcanzando el punto máximo de ansiedad cuando los animales se
encuentren en movimiento. En algunos casos será adquirido a través de la
experiencia directa pero en otras muchas ocasiones será transmitido a través de
los distintos modelos que hayan experimentado una ansiedad fóbica ante
determinados animales. Curiosamente, muchos no creen que el animal les haga
daño, pues en algunas ocasiones jamás los han visto, pero están convencidos de
que se aterrorizarán, que perderán el control, que sufrirán algún percance al
intentar escapar o tendrán un paro cardíaco, o no soportarán la sensación de
asco o repugnancia que les pueda provocar su presencia o bien anticiparán
tantos desastres que evitarán por todos los medios acercarse a ellos tanto de
forma real como imaginaria.
El miedo a los animales se va a dar sobre todo en
la infancia y generalmente tendrá un carácter transitorio, pero habrá ocasiones
en las que derive en una auténtica fobia y se traduzca en un deterioro
significativo de las actividades cotidianas (resistencia a salir a la calle por miedo a
encontrarse con un perro, un gato o miedo a realizar determinadas actividades
donde se pueda cruzar el animal temido...) En función del animal temido, pues
por ejemplo es más difícil cruzarse con una serpiente que con un perro o con
una araña, la persona experimentará mayor o menor incapacidad para llevar a
cabo una vida normal, y ello será decisivo para tomar las medidas oportunas a
la hora de tomar la decisión de acudir o no a un profesional que nos ayude a
superar la fobia.
Miedo a la enfermedad y al daño
físico
Se trata de un miedo universal y altamente
adaptativo pues representa una amenaza real a la seguridad y supervivencia del
ser humano.
El miedo a las heridas y a la sangre se da en casi todos los niños
aunque prevalecerá en mayor o menor medida en función de experiencias previas
vividas por ellos mismos o transmitidas por familiares que presenten fobia
tanto a la sangre y daño físico como a las enfermedades reales o imaginarias.
Acompañando a la fobia se pueden dar síntomas como dificultades respiratorias, taquicardias,
mareos e incluso desmayos… Los miedos a los médicos, dentistas (bastante común
sobre todo en varones, se presenta gran hipersensibilidad al reflejo de ahogo
cuando se introducen objetos en la boca o se presiona la garganta. En casos
graves, el ahogo se produce con sólo oír, oler o pensar en el dentista o ante
estímulos relacionados como lavarse los dientes, abrocharse el cuello de la
camisa, llevar cuellos altos o cerrados en torno a la garganta, ser tocado en
la boca o en los labios…), igualmente están muy extendidos los miedos a los
hospitales y a las inyecciones por lo que la actitud ante ello será decisiva a
la hora de establecerse o no la fobia específica o generalizada impidiendo en
muchas ocasiones que se lleven a cabo controles preventivos e incluso la
administración de tratamientos a determinadas enfermedades que de cogerlas a
tiempo no revestirían ningún problema.
Otros tipos de miedos frecuentes
Además de los vistos hay muchos más estímulos que
pueden ser desencadenantes de miedos y que posteriormente pueden derivar en
fobias.
Entre los más frecuentes encontramos:
Miedos derivados de ambientes naturales como son miedos a las tormentas
(truenos y relámpagos), al viento, al agua, a los ruidos intensos, a las
montañas, al mar…
Miedos derivados de situaciones específicas como transportes públicos,
puentes, alturas, túneles, ascensores, volar en avión o viajar en barco, coches
(conducir o viajar) espacios cerrados o abiertos…
Otros tipos pueden hacer referencia a situaciones que pueden provocar
atragantamiento, vómitos, diarreas, incontinencia, a contraer enfermedades, a
caerse si no estamos cerca de paredes o de medios cercanos de sujeción, a
sufrir vértigo, a hablar en público, a sufrir accidentes, a quedar heridos, a
quedar atrapados en un atasco o en lugares pequeños, a las sensaciones físicas,
a perder el control, a desmayarse, a volverse loco, a tener que defecar u
orinar fuera de casa...
Se ha comprobado que en general tener una fobia del
tipo que sea incrementa la posibilidad de tener miedos (no necesariamente
fóbicos) de uno o más de los otros miedos. Asimismo no todas las fobias
comparten las mismas características clínicas las diferencias van a
depender de la edad, del inicio del problema, del sexo, del patrón de respuesta
fisiológica, cognitiva o motora, de la experiencia subjetiva y objetiva, de la
situación, de los antecedentes familiares, de la interferencia en la rutina
diaria, del tiempo dedicado a planificar qué hacer para evitar el objeto
fóbico, etc…
Se considera que la mayoría de las fobias derivan
de miedos específicos básicos de ahí la importancia de prevenirlos y resolverlos
antes de que se conviertan en miedos clínicamente significativos pues miedos no
resueltos pueden derivar en futuras fobias tanto en niños como en adultos.
Anteriormente se pensaba que los miedos fóbicos en la infancia y adolescencia
podían remitir sin tratamiento psicoterapéutico pero la evidencia demuestra que
la tendencia general no parece ser ésta y en general podemos decir que
cuanto mayor sea el número de fobias específicas o miedos específicos
acompañando a éstas menor será la probabilidad de recuperación.
Las fobias específicas, también llamadas simples o
focales, representan una mínima parte de los trastornos fóbicos vistos en la
clínica y esto puede
deberse a que la mayoría de los pacientes no buscan ayuda y cuando lo hacen es
porque presentan ya unos niveles muy altos de patología lo que les incapacita
considerablemente para desarrollar una vida normal, entre las consultas más
frecuentes nos encontramos con:
FOBIAS ESPECÍFICAS
Son muy comunes tanto en niños como en adultos. En ambos casos se pueden
superar sin mayores dificultades con tratamientos psicoterapéuticos. Los
estímulos fóbicos serán situaciones u objetos concretos y específicos como animales,
oscuridad, agua, alturas, ascensores, conducción, viajar en avión u otros
medios de transporte, lugares cerrados o abiertos, inyecciones, comer alimentos
concretos, dentistas, contagio de enfermedades, defecación o micción en lugares
públicos, petardos y tracas… Las fobias específicas suelen aparecer durante
la niñez o la adolescencia, tienen tendencia a persistir en la edad adulta y si
no son tratadas a tiempo pueden persistir durante décadas. El grado de
incapacidad dependerá de lo fácil que resulte a la persona que la sufre evitar
la situación fóbica. Las personas que sufren este tipo de fobias son
conscientes de que su miedo es irracional y desproporcionado respecto a las
situaciones reales, viene desencadenado por la presencia o por la
anticipación del estímulo fóbico y lo evitan por todos los medios a su
alcance. La exposición o anticipación del estímulo fóbico provocará de
forma inmediata una gran ansiedad, temen incluso al pánico que pueden llegar a
experimentar y a las consecuencias negativas que puedan derivar de ello por lo
que su anticipación será continua así como su evitación, en caso de
no poder evitarlo las manifestaciones ansiógenas van a ser tan considerables
que aún se van a convencer en mayor grado de la necesidad de seguir evitándolo,
encontrándose continuamente en un círculo vicioso del que les resulta imposible
salir.
FOBIAS SOCIALES
Al igual que las otras fobias la fobia social se
caracteriza por un temor extremo, exagerado, desproporcionado y cargado de gran
ansiedad ante situaciones sociales que para la mayoría de las personas no van a
representar ningún peligro real pero que, sin embargo, para quien la padece
les va a imposibilitar reaccionar con normalidad ante situaciones en las puedan
ser observados por otros, tengan que hablar o actuar en público, relacionarse
con personas desconocidas, perciban que puedan ser evaluados o analizados de
alguna manera,… Son personas hipersensibles a la crítica, con baja
autoestima, con déficits en asertividad y habilidades sociales, con temor
exagerado a sentirse rechazados, humillados o criticados, ellos mismos son
exageradamente autocríticos, por lo que evitarán todas aquellas situaciones
sociales o actuaciones en público que les puedan poner en evidencia de una
forma u otra. Frecuentemente desarrollarán trastornos de ansiedad generalizada
y depresión e incluso pueden llegar a las adicciones como un intento de
resolver sus déficits sociales.
Parece que la fobia social la sufren por igual hombres y mujeres, generalmente suele
aparecer en la adolescencia con antecedentes de timidez durante la infancia.
Puede aparecer como consecuencia de una experiencia vivenciada como estresante
o humillante o bien de forma lenta debido a un continuo de situaciones en las
que la persona debido a su incapacidad social las experimenta con gran carga de
ansiedad. La evolución suele ser crónica con tendencia a empeorar y
persistir durante toda la vida si no es tratada eficazmente mediante
psicoterapia. Generalmente los afectados no suelen buscar ayuda, quizá porque
consideran que es algo inmodificable e inherente a su carácter y cuando lo
hacen es por motivos personales, laborales o sociales graves que les impiden
realizar actividades necesarias para un desempeño cotidiano normal.
AGORAFOBIA
Al ser la fobia que mayor incapacidad presenta
dado que puede llegar a encarcelar a las personas en sus propios hogares, es
quizás uno de los trastornos más frecuentemente visto en consulta, sobre todo
mujeres. Se trata de una patología en la que cada vez se van evitando más y
más situaciones hasta llegar un momento en el que ya no pueden ni siquiera
salir de sus propias casas. La ansiedad que experimentan con sólo pensar que
puedan quedar atrapados en algún lugar o situación donde no puedan escapar o
encontrar ayuda, en caso de sufrir un ataque de ansiedad o de pánico, es tan
grande que les lleva a tomar todo tipo de medidas y precauciones que les
imposibilita estar en aglomeraciones, hacer colas, viajar en medios de
transporte, acudir a teatros, supermercados, restaurantes… Para ellos cualquier
lugar puede representar un problema por lo que van generalizando a múltiples
situaciones y estímulos, debido a la asociación que se va produciendo entre las
sensaciones internas percibidas como altamente alarmantes y la evaluación de peligro
tanto real como imaginario que se hace al respecto, de tal forma que cada vez
van siendo las situaciones ansiógenas más amplias y más evitadas, lo que a su
vez fortalece cada vez más el problema, llegando a extremos que ni solos ni
acompañados pueden arriesgarse a salir dada la inmensa generalización que se va
produciendo. Sus anticipaciones son extremas y los trastornos que originan
muy severos de ahí que sea fundamental acudir a un profesional cualificado
que les ayude a resolver un problema tan altamente incapacitante.
Tanto los miedos como las fobias y en consecuencia
la ansiedad que de ello deriva, se van a superar cuando las personas dejen de
evitar y se enfrenten a lo que tanto temen y puedan comprobar por sí mismas,
tras múltiples exposiciones, enfrentamientos, diferentes técnicas y adquisición
de los suficientes recursos y habilidades, que las consecuencias no son tan
terribles como pensaban y que para nada les sucederá aquello que tanto temían.
Existen diferentes técnicas para enfrentarse eficazmente
a estos trastornos, técnicas que serán similares tanto para niños como para
adultos aunque con pequeñas diferencias en el modo de aplicarlas, dependiendo
de la edad o de las características del problema, por lo que será importante
realizar un buen análisis funcional para que permita aportar la suficiente
información de lo que realmente está ocurriendo en cada caso para, en función
de ello, poder actuar de la mejor forma posible.
Entre las técnicas más empleadas y que mejores
resultados están proporcionando a la hora de combatir estos problemas podemos
contemplar las siguientes:
Psicoeducación: fundamental para que la persona
comprenda qué es lo que está sucediendo realmente, tanto a nivel cognitivo,
fisiológico como motor, qué es lo que está manteniendo el problema y por qué,
qué puede hacer para controlar los tres niveles de respuesta… Se trata de
aportar la máxima información relevante relacionada tanto con el estímulo
fóbico como con el mantenimiento del problema utilizando para ello psicoterapias
informativas, biblioterapia…, pero sobre todo un lenguaje comprensible de los
distintos conceptos relacionados tanto con la adquisición como con el
mantenimiento del problema.
Desensibilización sistemática: especialmente indicada para
aprender a responder sin ansiedad a estímulos que provocan respuestas
inadecuadas. Su objetivo es, enfrentarse a las situaciones amenazantes de forma
gradual (tanto en la imaginación como en la realidad) utilizando una jerarquía
de situaciones previamente establecidas, asociando todo ello con la relajación
progresiva y con respiración pulmonar y diafragmática lenta hasta contrarrestar
unas emociones con otras y conseguir una habituación a las situaciones
amenazantes. Puede utilizarse tanto en niños como en adultos pues nos permite
elicitar el miedo a voluntad y enfrentarnos de una forma graduada y controlada
a los diferentes estímulos que proporcionan temor de menor a mayor grado de
intensidad en base a la jerarquía de miedos establecida.
Técnicas para manejar la ansiedad que acompaña a
los trastornos fóbicos: (relajación muscular progresiva, respiración
diafragmática lenta, distracción, autoinstrucciones, focalización de atención…)
Hay numerosas técnicas de relajación pero entre ellas destaca la “Relajación
muscular progresiva de Jacobson” tanto por su sencillez de aplicación como por
su alta efectividad en el tratamiento de la ansiedad. La característica
fundamental es que permite generar, mediante la ausencia de tensión, respuestas
incompatibles con la activación estresante de un organismo. Permite claramente
discriminar señales de tensión en los distintos músculos del cuerpo mediante el
aprendizaje de ejercicios sistemáticos de tensión-relajación. La relajación que
se obtiene a nivel muscular genera automáticamente la relajación tanto del
sistema nervioso autónomo como del sistema nervioso central, lo que a su vez
potencia la relajación tanto cognitiva como emocional permitiendo ejecutar sin
dificultades determinados comportamientos que interfieran con los de huida,
escape o evitación, incrementando considerablemente el éxito en futuros
enfrentamientos.
Terapia de exposición tanto en vivo como a través
de imágenes: provocando
experimentos conductuales que permitan ir desensibilizando progresivamente al
elemento fóbico y eliminando poco a poco todas las respuestas dirigidas a
evitar la situación temida tanto a nivel cognitivo como fisiológico y motor. En
la exposición utilizaremos las exposiciones combinadas con técnicas de relajación,
autoinstrucciones… para ir generando progresivamente habituación,
saciedad y desensibilización mediante la exposición tanto en vivo como en
imágenes a los estímulos fóbicos. Su objetivo fundamental será provocar estados
emocionales incompatibles con la ansiedad y con la reacción fóbica. La duración
y los intervalos de la exposición se adecuarán en función de las respuestas que
se vayan consiguiendo, incrementando ambos según se vayan superando los
enfrentamientos.
Técnicas de modelado: muy útiles para resolver las
fobias cuando se utilizan con fines terapéuticos pues permiten, mediante la
observación, aprender de los comportamientos adaptativos realizados por otras
personas para poder así modificar los suyos. Se pueden utilizar tanto con niños
como con adultos, pero son los niños quienes más pueden beneficiarse de ello.
La observación de modelos se puede hacer a través de dibujos, de películas, de
casos reales… El niño observa a otro niño cómo se enfrenta a la situación
temida, cómo se aproxima, cómo lo hace sin ansiedad e incluso cómo disfruta el
modelo… A partir de ahí se le anima a llevar a cabo el comportamiento mediante
relajación, exposición y enfrentamiento a la situación temida, apoyándole,
animándole y motivándole en todo momento hasta que poco a poco vaya venciendo
su temor.
Técnicas de escenificación emotiva: al igual que la anterior muy
indicada para niños pues combina la relajación, la desensibilización
sistemática, el modelo participante, las imágenes emotivas para inhibir la
ansiedad (imágenes que pueden dibujar o crear ellos mismos) el juego de roles
con intercambio de papeles, y algo muy importante el refuerzo positivo ante
cualquier comportamiento de aproximación y enfrentamiento al objeto temido.
Terapias cognitivo-conductuales: son las terapias que mejores
resultados están dando.Las terapias cognitivo-conductuales combinan
procedimientos de reestructuración cognitiva, relajación-desensibilización,
entrenamiento en recursos y habilidades para poder exponerse y enfrentarse a
los estímulos fóbicos, resolución de problemas, autoinstrucciones, control de
pensamiento... El fundamento de estas terapias consiste en alentar a las
personas que padecen estos trastornos a confrontar continuamente sus creencias
catastrofistas y altamente negativas con la realidad eliminando de sus
repertorios las evitaciones e incrementando las exposiciones hasta conseguir
una desensibilización que les permita afrontar y adaptarse a las situaciones de
una forma mucho más realista, adaptativa y racional de tal forma que puedan ser
capaces de discriminar claramente lo que es realmente peligroso y lo que es
producto de su imaginación pero que no representa ningún peligro real.
Terapias basadas en la realidad virtual: muy útiles para realizar
exposiciones tantas veces como queramos sin necesidad de tener el estímulo
fóbico delante pues toda la terapia se realiza a nivel virtual.
Vamos a ver ahora algunas recomendaciones que nos
pueden ser útiles:
APARECE EL MIEDO.
¿QUÉ NO HACER?
|
APARECE EL MIEDO.
¿QUÉ HACER?
|
- Reírnos de las reacciones que presenta el
niño.
- Permitir que los demás se rían de él.
- Compararle con otros niños que no presentan
sus miedos.
- Criticarle o castigarle por tener miedo.
- Hacer públicos sus reacciones y
comportamientos ante el miedo.
- Insistir con argumentos y razonamientos
recordándole continuamente su miedo.
- Forzarle de maneras bruscas o autoritarias a
afrontar los estímulos fóbicos.
- Amenazarle con el estímulo al que tiene
miedo ("si no comes vendrá el hombre malo”, si no haces esto o
aquello te encerraré en el cuarto oscuro”…).
- Protegerle en exceso evitándole cualquier
estímulo amenazador o cualquier enfrentamiento al estímulo fóbico…
|
- Actuar con la máxima tranquilidad cuando
presenta la respuesta de miedo, o el "ataque de pánico".
- Hablar con tonos bajos, ritmos y movimientos
pausados y lo más relajadamente posible.
- Dar apoyo afectivo y, siempre que sea
posible, contacto físico.
- Entrenar mediante juegos las reacciones
correctas de enfrentamiento y animarle a jugar para comprobar sus
progresos.
- Dejar que se enfrente a los pequeños miedos,
que se acostumbre a ellos él solo. Ej. olas del mar, oscuridad,
animales, ruidos...
- Felicitarle por cualquier avance en la
superación de sus miedos, evitando "coletillas" del tipo:
"ya era hora que” “total no era para tanto”...“
- Convencerle de que no hay que avergonzarse
por sentir miedo a determinadas cosas. Utilizar frases como "yo
también tenía miedo a …” “tú eres mucho más valiente que yo”
- Ofrecer modelos correctos de cómo actuar.
Ej.: montar en el columpio, entrar a oscuras…
- Ir aproximándole al estímulo provocador del
miedo de forma progresiva, poco a poco y siempre en un ambiente
agradable y divertido para el niño.
|
Actitudes que pueden prevenir la aparición de
fobias
- Es
importante poner a prueba y contrastar hasta qué punto lo que uno teme
puede tener las consecuencias que uno cree. La clave para que aparezcan
los miedos se encuentra en el bienestar inmediato que obtenemos cuando
escapamos y evitamos aquello que tanto tememos. Al evitarlo impedimos
aprender a controlarlo.
- Desde
la educación es muy importante enseñar a un niño a comprobar si algo
debe ser o no debe ser temido: piscina, perros, oscuridad, estar o
dormir solos… hará que luego, en la edad adulta sea mucho más sencillo
enfrentarse a otros miedos: la muerte, las alturas, hablar con los demás…
- Hacer
que el niño compruebe a través de la experiencia y de manera graduada, qué
pasa cuando se queda en la habitación a oscuras, o qué pasa si toca el
fondo de la piscina, o qué pasa si toca un perrito… por ejemplo, le ayudará a
percibir que lo que le rodea no debe ser temido en exceso. Por otra
parte, los miedos de los padres, la búsqueda de garantías de que no le va
a pasar nada al niño, cuando se exageran demasiado, no sólo dificultará
enormemente el poder reducir los miedos en el futuro sino que los
ampliará.
- A
veces somos los propios padres quienes transmitimos los miedos a nuestros
hijos por
el hecho de tomar demasiadas precauciones derivadas de nuestros propios
temores.
- Hay
que especificar también que no todo lo que se teme debe ser superado, al fin y al cabo el
sentimiento de miedo, en un principio, es la respuesta adaptativa que da
nuestra mente para favorecer la probabilidad de supervivencia.
- Dicho
de otro modo, los miedos son necesarios por ser en muchas ocasiones
totalmente adaptativos. El problema es cuando nos anulan y bloquean sin
que seamos capaces de avanzar o cuando nos incapacitan para llevar una
vida normal, sólo entonces hay que actuar.
- Utilizar
un estilo de educación positiva, empleando técnicas educativas basadas en la
amabilidad, en la calma y en el respeto a los niños, antes que utilizar el
castigo y la amenaza. Sobre todo, no se debe utilizar el castigo físico
o la amenaza psicológica, hay otras formas mucho más eficaces de educar.
- Evitar
asustar al niño aunque sea “de broma”, especialmente están contraindicados los sustos
en la oscuridad.
- Estar
atentos a lo que el niño ve en televisión: no debe ver películas de
miedo ni de violencia que les lleve a exagerar en su imaginación
situaciones ficticias e irreales pero que ellos las asumen como reales.
- Cuando
el niño llora de noche porque tiene miedo es preferible calmarle a oscuras
y
luego, si acaso, encender la luz, de modo que no asocie nunca la oscuridad
con el miedo.
- Enseñarle
a solucionar las pequeñas dificultades de la vida diaria por sí mismo. No darle las cosas hechas
ni evitarle las pequeñas frustraciones con las que obligatoriamente ha de
enfrentarse.
- Enseñarle
a observar, a ver y a reforzar cualquier comportamiento de valentía y de
enfrentamiento que
tenga por pequeño o mínimo que inicialmente pueda parecernos.
- No
utilizar el miedo para controlarle: “si no, vendrá el coco, la bruja, el hombre del
saco…”
- No
contarle historias o cuentos de terror, ni resaltar especialmente o exagerar los
aspectos más espantosos de los cuentos tradicionales, aportar siempre
soluciones y alternativas para resolver los problemas.
- Leer
o hacer que lea historias en las que niños como él superan pequeños miedos
o situaciones difíciles, montar historietas divertidas sobre aquellas
situaciones que le puedan dar miedo y que él aporte soluciones y narre
historietas alternativas.
- Si
nosotros tenemos miedo a algo deberemos aprender a resolverlo, a mantener
el control y a
intentar superar también nuestros propios temores para no transmitírselos
a ellos, y poder así servir como modelos de actuación frente a los miedos
de nuestros hijos.
Veamos ahora 10 reglas para
enfrentarse al pánico
- COMENZAR
POR ACEPTAR LOS MIEDOS. El aceptar los miedos y preocupaciones es el
primer paso para librarse de ellos. No debemos sentir vergüenza ni culpa
por tener miedo. Si se asumen y se aceptan seremos capaces de hablarlo y
racionalizarlo. El
mero hecho de contar las cosas hace que automáticamente pierdan
importancia.
- RECORDAR
QUE LAS SENSACIONES NO SON MÁS QUE UNA EXAGERACIÓN DE LAS REACCIONES
CORPORALES NORMALES ANTE UN PELIGRO PERCIBIDO. No son dañinas ni peligrosas
- solamente desagradables. Y sobre todo no puede ocurrir nada peor pues en
todo proceso ansiógeno todo lo que sube baja.
ESPERAR Y DAR TIEMPO PARA QUE EL
MIEDO POCO A POCO VAYA DISMINUYENDO. No huir de él, simplemente aceptarlo hasta que
vayamos controlando la ansiedad que genera pero enfrentándonos a él. Observar
algo fundamental y es que, en cuanto dejemos de añadir pensamientos
angustiosos el miedo comenzará a desvanecerse por sí mismo.
- CAMBIAR
LOS PENSAMIENTOS NEGATIVOS QUE SUELEN ACOMPAÑAR A ESTOS ESTADOS POR
PENSAMIENTOS POSITIVOS. No añadir al pánico pensamientos ansiógenos
sobre lo que está ocurriendo o sobre lo que nos puede llegar a ocurrir.
Es muy importante aprender a detener el pensamiento cuando
detectemos que nos estamos dando autoinstrucciones negativas (“no voy a
ser capaz”, “esta situación es horrible” “no puedo” “me da mucho miedo”…).
En ese momento gritar interiormente “¡ALTO¡”, y sustituir dichos mensajes
por: Pensamientos positivos (“voy a conseguirlo”, “la
situación es difícil, pero podré con ella” “tengo miedo pero si me
enfrento dejaré de tenerlo” “me voy a enfrentar” “voy a intentarlo, seguro
que puedo”…)
- OBSERVAR
QUÉ ES LO QUE REALMENTE ESTÁ OCURRIENDO EN EL CUERPO AHORA MISMO, EN ESTE
MOMENTO, JUSTO
CUANDO ESTÁ COMENZANDO A DARSE EL PROBLEMA para poder así controlar
las respuestas de la forma más relajada posible sin realizar
anticipaciones extrañas ni catastróficas cargadas de malos augurios.
También es muy importante que en vez de preocuparnos, hagamos algo
divertido como por ej., pensar en algo agradable a la vez que me
enfrento, hacer algo que nos guste (coger la bici, leer un cómic, jugar…)
hará que se olviden las preocupaciones. Hacer ejercicio también nos
ayudará a estar más relajados y a liberar la tensión acumulada por el
miedo.
ESPERAR Y DAR TIEMPO AL MIEDO
PARA QUE POCO A POCO VAYA DISMINUYENDO. No huir de él ni evitarlo, simplemente aprender a
aceptarlo hasta que poco a poco vayamos controlándolo.
Observar algo fundamental y es que, en cuanto dejemos de añadir pensamientos
angustiosos el miedo comenzará a desvanecerse por sí mismo.
- APRENDER
RECURSOS Y HABILIDADES PARA ENFRENTARNOS AL MIEDO SIENDO LA CLAVE LA
EXPOSICIÓN, EL ENFRENTAMIENTO Y LA NO EVITACIÓN - sin evitarlo ni huir-
sino aprovechando la situación como una oportunidad para practicar,
aprender, avanzar y combatirlo. Es muy importante aprender a respirar
profundamente. Cuando estamos nerviosos respiramos muy rápido y
superficialmente, porque solo llenamos la parte superior de los pulmones.
Podemos mejorar la respiración, haciéndola lenta y profunda. Para ello
llenamos los pulmones lentamente hasta el fondo, tomando la mayor cantidad
de aire por la nariz, y luego lo expulsamos también lentamente por la
boca. Y a la vez que exhalamos el aire, podemos pensar por ej. cómo al
expulsar el aire eliminamos con él los miedos y las cosas que nos
preocupan.
- UTILIZAR
LA RELAJACIÓN COMO ELEMENTO IMPRESCINDIBLE PARA PODER ENFRENTARNOS A LAS
SITUACIONES FÓBICAS
No se puede tener miedo y estar relajados a la vez. Si aprendemos a relajarnos
podremos contrarrestar las sensaciones de miedo y nos ayudará a acercarnos
o a superar la situación temida. Un método muy fácil de relajar los
músculos es el de concentrarse en una parte del cuerpo (por ejemplo el
brazo) y apretar la mano con fuerza durante unos segundos para sentir la
tensión de los músculos del brazo; en cuanto dejéis de apretar notaréis el
alivio y la sensación de relajación en el brazo. Tendríais que repetirlo
una o dos veces y hacer lo mismo con todas las partes del cuerpo hasta
llegar a dominar la técnica.
UTILIZAR TAMBIÉN IMÁGENES
MENTALES PARA IMAGINAR ESCENAS AGRADABLES A LA VEZ QUE SE VISUALIZA CÓMO
DESAPARECEN LOS TEMORES O LAS PREOCUPACIONES
Si ya sabemos respirar lentamente y relajar los músculos, podemos intentar
imaginar una escena agradable y que nos proporcione tranquilidad (por ej., nos vemos tumbados en
una playa tranquila, notando la calidez de los rayos del sol sobre nuestro
cuerpo, o estamos viajando encima de una nube, flotando en el aire, mientras el
viento se lleva nuestros temores…)
- PENSAR
SIEMPRE EN LOS PROGRESOS QUE HAYAMOS CONSEGUIDO A PESAR DE LAS
DIFICULTADES. Esto
nos reforzará considerablemente y hará que nos sintamos muy orgullosos por
los logros conseguidos, además de proporcionarnos cada vez mayor
seguridad.
- AYUDARNOS
CON AUTORREGISTROS Escribiendo los temores a los que nos vayamos
enfrentando, las estrategias utilizadas para vencerlos, o simplemente escribir lo
que nos decimos o debemos decirnos a nosotros mismos en cuanto sintamos
miedo o preocupaciones. Nos ayudará a entender mejor lo que nos pasa, qué
podemos hacer y cómo podemos enfrentarnos a la hora de superar los miedos.
Esta técnica aporta muchísimas estrategias de autocontrol a todos los
niveles y nos puede ayudar muchísimo a resolver múltiples problemas.
- EN
CUANTO NOS SINTAMOS UN POCO MEJOR, MIREMOS A NUESTRO ALREDEDOR Y
PLANIFIQUEMOS EL SIGUIENTE PASO PARA SEGUIR AVANZANDO.
Generalmente evitamos pensar en
nuestros miedos, porque así nos sentimos más seguros y creemos que de esta
forma nos encontraremos mejor. ¿Pero, y si hiciéramos lo contrario? Podemos
probar para ver qué ocurre y planificar los siguientes pasos para seguir
avanzando e ir desensibilizando. Igual descubrimos que esos miedos ya no nos
asustan tanto como creíamos, o simplemente es posible que consigamos ver la
situación de una manera muy distinta a como pensábamos.
- CUANDO
ESTEMOS PREPARADOS PARA CONTINUAR, COMENCEMOS DE NUEVO DE UNA FORMA
TRANQUILA Y RELAJADA. No hay necesidad de correr, hagámoslo
poquito a poco, pasito a pasito, avanzando pero sin parar y cuanto más
repitamos los pequeños progresos mucho mejor pues más afianzaremos los
resultados y mejor aprenderemos a resolver los próximos retos y superar
así los miedos.
Como reflexión final decir que:
- SIEMPRE
ES MEJOR PREVENIR QUE CURAR: a veces podemos evitar que se den situaciones
que nos provoquen miedo. Por ejemplo, un niño que tiene miedo a las
pesadillas, no debería ver antes de acostarse películas que le puedan asustar,
ni debería cenar comidas copiosas o muy fuertes e indigestas que puedan
provocar malestar que pudiera dar lugar a temores condicionados o tomar
bebidas con cafeína o cualquier otra sustancia excitante. ¿Para qué
provocar una situación sin antes estar preparados para resolverla?
¡Y algo muy importante!
- Ante
los miedos nunca evitar pues con la evitación el miedo crecerá, se
extenderá y generalizará a otras muchas situaciones, por ello aunque
genere algo de ansiedad es muchísimo mejor exponerse, enfrentarse,
resolverlo y analizar las consecuencias que evitarlo. La ansiedad que
pueda generar al intentar resolverlo va a ser siempre mucho menor que los
problemas generados por el mantenimiento del mismo.