El
cuerpo: enseñar-esconder
El cuerpo: enseñar-esconder.
Hoy vamos a hablar del área 2, según el esquema
propuesto por Pichon-Rivière. Me refiero al cuerpo.
Lo primero en que caí cuando preparaba esta
intervención fue: ¿Qué cuerpo? ¿Les hablo de mi cuerpo? ¿Del cuerpo de mis
pacientes?
Además, es un tema que puede enfocarse desde muchas
perspectivas. Cualquier especialista tiene algo que decir sobre el cuerpo:
filósofos, sociólogos, biólogos, psicólogos, médicos... Pero aunque pudiéramos
reunir todas esas visiones, el todo seguiría siendo más que la suma de las
partes.
Mientras pensaba en este tema, me venía a la cabeza
la idea de que “el cuerpo lo es todo”, desde dónde vives, sientes, recibes,
envías, pero… habría que contar algo más, ¿no?
Las siguientes reflexiones no necesariamente tienen
un hilo claro, todo es un tanto “orgánico”, digamos.
Por mi formación médica, me pregunté: ¿Es el cuerpo
un conjunto de órganos y sistemas? ¿Es el cuerpo el conjunto de doscientos seis
huesos, seiscientos cincuenta músculos y nueve sistemas más interrelacionados
entre ellos?… ¿Eso es todo?
Porque muchas de las actividades humanas como
pensar, sentir, o planificar no son visibles por los demás a menos que
decidamos comunicárselas. O sea, que mientras que las actividades de nuestro
cuerpo son públicas o visibles, nuestras cogniciones, deseos o intenciones, sin
embargo, permanecen ocultas (si nosotros queremos) al observador. La
constatación de esta distinción público/privado en las actividades humanas
históricamente dio lugar a la suposición de que tendrían diferente origen. Por
un lado el cuerpo sería el soporte de las actividades públicas,
visibles, exteriores. Las actividades ocultas como el pensamiento o lo que
sentimos, tendrían su origen en la psique, el alma, el espíritu, la mente.
Ese dualismo cuerpo-mente, donde la mente es una
sustancia inmaterial que habita en el cuerpo, ha dado lugar a muchas
meditaciones, abstracciones que crearon disciplinas que estudiaran el
funcionamiento de estas dos caras de una misma moneda. Así llegó a delimitarse
lo que era la fisiología (ciencia que estudia el funcionamiento del
cuerpo) y la psicología (ciencia que estudia los procesos mentales o
los comportamientos).
En el extremo opuesto se planteó otra posición, a
finales del XIX, que llevó a neurólogos y psicólogos a abandonar toda
distinción entre mente y cuerpo (monismo la llamaron).
Partiendo de esas visiones opuestas, se han ido
encontrando diversas síntesis. Por ejemplo, John Searle (1985)propone
una solución al problema equiparando la relación entre procesos mentales y
cerebro, a la de la digestión con el estómago. También Laín Entralgo (1989)
propuso una unidad mente-cuerpo, concluyendo que lo verdaderamente anímico es
el cuerpo humano. La relación de la conciencia con el cuerpo es como “la
expresión unitaria de una realidad, la humana, que esencialmente es, a la vez,
cuerpo y psique”.
Acerquémonos a dos conceptos.
Si hablamos desde un punto de vista
anatómico-neurológico nos topamos con el concepto de esquema corporal (Ajuriaguerra,
2000) que
se define como “la representación más o menos consciente de nuestro cuerpo,
inmóvil o en acción, de su disposición en el espacio, de la postura respectiva
de sus diferentes elementos, del revestimiento cutáneo por el que se halla en
contacto con el mundo, la piel”. Sabemos además que existen regiones cerebrales
concretas encargadas de la construcción de ese esquema corporal (lóbulos
parietales, tálamo y el sistema somatoestésico).
Además existe un filtro sensorial que de forma más
o menos automática e inconsciente, aunque sometible en parte a la conciencia,
condiciona nuestras percepciones del cuerpo. Distorsiones en ese filtraje
(situado en los lóbulos parietales) podrían explicar alteraciones perceptivas
de pacientes con anorexia, en mujeres normales embarazadas o durante la
adolescencia.
Para Pichón-Rivière (1959) “el esquema corporal es
la imagen tetradimensional que cada uno de nosotros tiene de sí mismo”. Lo
concibe como una estructura social configurando nociones de espacio y tiempo
que rige muchos aspectos del vínculo con el otro.
Bergson (2006) se refirió al cuerpo propio
como “la única realidad que me permite superar la oposición entre el espíritu y
la materia o como una imagen que yo conozco no sólo por fuera, mediante
percepciones, sino también por dentro mediante afecciones”.
Dolto (1984) señala que el esquema corporal es
más o menos el mismo para todos los individuos de una misma edad que viven en
el mismo clima, mientras que la imagen del cuerpo es propia de cada uno porque
está ligada a la historia libidinal del sujeto.
La vivencia corporal va transformándose ya que
nuestro cuerpo no tiene una apariencia constante y cambia continuamente con los
años, por enfermedades, embarazos…
Otra cosa es la mirada estética que se dirige al
cuerpo. Fijémonos en cómo el ideal que los seres humanos hacen de su apariencia
varía enormemente a lo largo de los siglos, por ejemplo con la valoración de la
obesidad (Rubens). Asimismo el género, la edad, la identidad sexual, el color
de la piel, las circunstancias del entorno y nuestra adaptación más o menos
adecuada a él, condicionan la vivencia que tenemos de la corporalidad.
¿Por qué plantearos todo esto?, ¿por qué mi
interés?
Después de este año tratando con médicos y
enfermedades orgánicas os diría que para mí toda la medicina es psicosomática.
No podemos separar a ese cuerpo/órgano enfermo de su cerebro y su psique. No
tener esto en cuenta lleva a la medicina actual, positivista y basada en la
evidencia a errores, a no entender el proceso de enfermar de “esa persona”.
Para ello, entonces, llaman al psiquiatra/psicólogo. Mientras la dualidad
cuerpo-mente se ha visto progresivamente superada por otras disciplinas, la
medicina continúa siendo dualista.
Para pensar todo esto de forma un poco ordenada, me
he valido del modelo biopsicosocial de integración, que es como define la OMS a
la salud o de autores como Pichon-Rivière que con sus tres áreas ya anticiparon
lo que hoy es lugar común.
Os introduzco en mi entorno laboral (hospitalario,
pacientes sobre todo digestivos…). Un ejemplo de patología digestiva:
-Lo biológico: la serotonina juega un papel
esencial en la génesis y evolución de la patología digestiva. Todo el sistema
digestivo está bañado por serotonina. El sistema límbico contiene al sistema
deglutorio.
-Lo psicológico: rasgos de personalidad como la
alexitimia que se han relacionado especialmente con este tipo de patología o,
por ejemplo, los estilos de afrontamiento.
-Lo social: factores estresantes crónicos y
repetidos, incluso abusos sexuales se han dado como factores que inciden en la
evolución de estas patologías.
Pichon-Rivière, con su teoría única de las
enfermedades mentales, establece que la principal diferencia que existe entre
ellas es el área de expresión de los conflictos, ya sea en la mente, en el
cuerpo o en las relaciones con el mundo exterior. Teniendo presente que siempre
está comprometida la totalidad de la persona, aunque con el predominio de una
de las áreas.
Por ejemplo, un sujeto configura en un momento dado
una enfermedad psicosomática con el propósito de “librarse” de la psicosis.
Tiene así la gran ventaja, desde un punto de vista social, de que esta
enfermedad no aparece incluida en la categoría de alienación. El sujeto que la
padece es considerado como un enfermo del cuerpo y no es reconocido como un
enfermo mental.
Dado que estamos en un grupo, pensando en grupo,
miremos desde un punto de vista social, cuerpo y grupo, cuerpo y cultura…
Mary Douglas (Aguado Vázquez, 2004) dice:
…El cuerpo humano es imagen de la sociedad y, por
lo tanto, no puede haber un modo natural de considerar el cuerpo que no
implique al mismo tiempo una dimensión social. El interés por las aperturas del
cuerpo dependerá de la preocupación por las salidas y las entradas sociales,
las rutas de escape y evasión. Donde no exista una preocupación por preservar
los límites sociales no surgirá tampoco la preocupación por mantener los
límites corporales. La relación de los pies con la cabeza, el cerebro con los
órganos sexuales, la boca con el ano expresa los esquemas básicos de la
jerarquía. En consecuencia adelanto la hipótesis de que el control corporal
constituye una expresión del control social y que el abandono del control
corporal en el ritual corresponde a las exigencias de la experiencia social que
se expresa. Aún más, difícilmente podrá imponerse con éxito un control sin que
exista un tipo de control equivalente a la sociedad. Y finalmente, ese impulso
hacia la búsqueda de una relación armoniosa entre la experiencia de lo físico y
lo social debe afectar a la ideología. En consecuencia, una vez analizada la
correspondencia entre control corporal y control social tendremos
la base para considerar actitudes variantes paralelas en lo que atañe al
pensamiento político y a la teología.
El dominio sobre nuestro cuerpo es cambiante en
función de la sociedad en la que vivimos. En la antigüedad, el cuerpo del
esclavo era propiedad del amo. Actualmente, la donación de órganos, el aborto,
los piercings y tatuajes, fumar, la homosexualidad, el suicidio (hasta hace muy
poco el suicidio estaba penado por la ley y al que se suicidaba se le dejaba
sin funeral o sus bienes pasaban al estado)… O por ejemplo la cirugía estética,
las atrocidades a las que se someten muchísimas personas que “libremente”
deciden practicarse esas intervenciones, porque su cuerpo es suyo.
El tema del autocuidado al propio cuerpo es
controvertido, y se ha visto como inmadura esa preocupación excesiva por el
cuerpo. Se supone que uno no debería mimarse y se buscan disculpas cosméticas
para hacerlo. Por ejemplo, un niño puede acariciarse la parte dolorida de su
cuerpo, pero no así un adulto. El adulto tiene que buscar formas más indirectas
y enmascaradas de cuidar su cuerpo: utilizar cremas y aceites médicos para
masaje o broncearse, actividad en la que socialmente se acepta el permitirse
largos periodos de pasividad dejando que el calor juegue con la piel.
En el cuidado de sí mismo está implícito el cuidado
materno y se aprecia hoy una asociación entre el tener una apariencia
física agradable y el hecho de llevar una alimentación adecuada, tal como las
madres lo reiteran a sus hijos en un su momento (incluso en edades avanzadas)…
¿Qué pasa con quien deja de comer? ¿A quien va dirigido ese daño?, ¿a uno
mismo? O quien se descuida físicamente… ¿se agrede, se corta, se daña?
Tatuajes, piercings o el daño propio versus el
beneficio del que mira.
Maquillajes, vestidos, etc., son un intento de
crear un “ideal de nuestro propio cuerpo”.
Se han hecho estudios en donde se preguntaba a
personas por la calle por qué vestían esa ropa. Entre las mujeres, algunas
contestaban que por comodidad, otras para estar más atractivas y seducir a los
hombres y otras para generar una impresión estética favorable; en cambio todos
los hombres decían que se vestían así para evitar la desaprobación del entorno,
pues la coquetería masculina no esta socialmente aceptada.
Otra. El ser humano tiende a sentir ansiedad cuando
se enfrenta a un cuerpo muy diferente al suyo. Por malformaciones, cicatrices,
quemaduras, sexo, edad, raza, gordos y delgado. El cuerpo muerto genera también
mucha ansiedad y nuestra cultura tiende por ello a evitarnos la visión de
cadáveres. Las personas mayores deben enfrentarse a la aceptación progresiva de
los signos de su deterioro físico. Las ancianas ven incluso puesta en cuestión
su feminidad ante esos cambios. O las mujeres embarazadas que experimentan
transformaciones físicas importantes durante un breve periodo de tiempo, pero
se adaptan rápidamente a ellas.
También la trama del racismo pasa por ahí. Por
ejemplo se explica el temor de un hombre blanco a uno negro por si por empatía
o contagio se acabara volviendo negro él también. Se sugiere que “lo negro”
evoca prejuicios relacionados con otros conceptos negativos tales como los de
diablo, suciedad, antidios… Incluso hay autores que apuntan que los blancos
proyectan en los negros todos los sentimientos de suciedad y de aversión hacia
su propio cuerpo.
Las actitudes hacia nuestro propio cuerpo juegan un
papel importante en las relaciones interpersonales, en la forma en que uno se
viste, en el prejuicio racial, en la utilización del espacio de las ciudades y
en otros muchos aspectos de la vida humana.
Os voy a comentar para terminar dos viñetas
clínicas que giran en torno a lo desarrollado hasta ahora.
Caso clínico 1: El cuidado del cuerpo descuida el de la mente.
Juanma es un hombre de treinta y dos años.
Tercero de tres hermanos. Trabaja como periodista. Buena adaptación
sociofuncional y sin antecedentes psiquiátricos previos. Buen soporte familiar.
Ingresado en oncología por tumor cerebral en estadio irreversible y en cuidados
paliativos, pendiente de ciclos de quimioterapia.
Nos realizan interconsulta porque el paciente pide
el alta voluntaria “para ir a suicidarme a mi casa” y necesitan una valoración
de su estado mental.
El médico insiste en que es necesario para el
“cuidado de su cuerpo” seguir una pauta farmacológica, la quimioterapia… Avisan
a la psiquiatra. Y yo como psiquiatra me pregunto: ¿Es siempre una idea de
suicidio patológica? ¿Hay que darle el alta? Dudas… si realmente hubiera
querido suicidarse, ¿lo hubiera verbalizado? O ¿simplemente hubiera pedido irse
a casa para estar más cómodo?
Caso clínico 2: El cuidado de la mente descuida el del cuerpo.
Juana es una mujer de cuarenta y siete años.
Separada. Dos hijos. Enfermera. Antecedentes referidos de personalidad ansiosa
y tratamientos con antidepresivos y ansiolíticos durante años.
Ingresada para estudio de posible trastorno
digestivo. Nos realizan interconsulta por bajo peso y dificultades para comer.
Durante las entrevistas de valoración se constata clínica compatible con un
trastorno de la conducta alimentaria. El médico que asume su patología mental,
pretende darle el alta hospitalaria con un índice de masa corporal (IMC) de 13.
Pero ¡por debajo de IMC 15 es necesario el ingreso para nutrición forzosa!...
pero “como es paciente psiquiátrica…”. Primero planteémonos que llegue a un IMC
de 15, y luego ya abordaremos su trastorno mental. Nuevamente el dualismo.
Lo corporal y lo mental están necesariamente unidos
aunque intentemos separarlos. Y aquí os traigo expresiones de nuestro idioma
que lo ponen de manifiesto de una forma muy viva (Varela y Kubarth, 1996).
Tirarle de la lengua, subírsele a la cabeza, tener
horchata en las venas, pegar la oreja, estar hasta los cojones, decírselo en
sus propias narices, ponerle los nervios de punta, ir con la frente bien alta,
romperle el corazón, no caberle el corazón en el pecho, ser el ojito derecho
de..., echar un ojo, comérselo con los ojos, enseñar los dientes, meter la
pata, estar en buenas manos.
Todo ocurre en la frontera. Es siguiendo la
frontera como se pasa del cuerpo a lo incorporal. Paul Valéry expuso esta idea
agudamente en la expresión: “lo más profundo es la piel”.
HOLISTICA Y TERAPIAS ALTERNATIVAS, S.C.
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