EL PUDOR.
por Raúl
Hernández Garrido.
Pudor, vergüenza... Sentimientos
que en lo posible intentamos alejar de nosotros.
De los cuales
nos repele incluso el recuerdo de aquellos momentos en que nos asaltaron. Y si huimos
de la vergüenza, el pudor llegamos a incluso negarlo, hasta el punto de no
queremos reconocer que en algún momento podamos haberlo sentido. Intentamos
neutralizarlos y usamos todos los medios para asegurarnos de que, bajo ningún
concepto, se vuelvan a reproducir. Pero sabemos que en el momento menos
esperado, en el menos conveniente, el pudor marcará nuestro rostro sin que lo podamos
evitar y la vergüenza, como un demonio implacable, se apoderará de nosotros.
Tanto uno
como otro sentimiento se asocian a una respuesta personal, somática y en cierto
modo involuntaria –hasta llegar al malestar físico, a la nausea- que sin
embargo se regiría de acuerdo tanto con el sistema de valores morales y
culturales comunes al grupo social del individuo como por la apreciación que la
persona ha tenido de estos a través de su educación. Pero hoy en día, en que
esos valores están en crisis, los sentimientos de pudor y vergüenza no parecen
tener cabida ni en nuestros hábitos sociales ni en nuestras vidas. En otro
tiempo, “morir por vergüenza”, por ejemplo, se llegaba a estimar como algo “honroso”
e incluso “heroico”, cuando hoy sólo es concebible como patológico o algo ridículo.
El siglo
XX, empeñado en desvelar cualquier secreto, en alejar más y más lejos el horizonte
de la Ley para ampliar la extensión de lo permitido, se empeñó también en intentar
atenuar el malestar que nos produce la vergüenza y en desterrar para siempre el
imposible sentimiento de pudor. Sin embargo la vergüenza pervivió e incluso
mantuvo aún cierto carácter heroico -así ocurre, por ejemplo, en los personajes
de Beckett.
Heroico
en cuanto a gesto ridículo, al que sin embargo se aferra el personaje pese a
todo, demostrando así lo absurdo no sólo de nuestro sistema de valores sino
también de nuestra existencia.
No tuvo tanta suerte el pudor, que o se desestimó
como algo cursi o se repudió como algo pernicioso, ya que lo único que hacía
era señalar algo que debió estar ahí, en un antes indefinido –olvidado-; en un
antes que ahora sabemos que nunca llegó a darse. Al no existir ya ninguna
intimidad no hay nada que soporte el sentimiento del pudor, ya que todo a lo
que se le asocia –el honor, la castidad, la inefable virtud, lo sagrado- o bien
son conceptos que están en crisis o que incluso se han desvanecido en la nada.
Una vez
desvinculado de ese espacio sagrado de lo íntimo y del secreto –espacio que ha
sido negado y revelado como falso-, rechazado el valor de la virtud, el pudor
molesta, y al igual que ésta última, debe ser desechado, porque “impide” llegar
a la verdad. Una verdad última que así mismo se muestra como un engaño. “...con
el tiempo, hemos adquirido un pudor que nos impide llegar lejos en las cosas.”
“Detrás de ese velo hay algo que no hay que
mostrar y es en lo que el demonio (...) del develamiento del falo en el
misterio antiguo se presenta y se articula y se denomina como el demonio del
pudor, y el pudor tiene sentidos y alcances diferentes en el hombre y en la
mujer. (...)
Hace
alusión al velo que recubre el falo del hombre. Es exactamente lo mismo que
recubre la totalidad del ser de la mujer, en tanto de que lo que se trata
justamente
es de lo
que está detrás; lo que está velado es el significante del falo. Y el
develamiento de algo que no mostrará nada más que nada, es decir la ausencia de
lo que es develado, es muy precisamente a lo que se refiere Freud a propósito
del sexo femenino, a propósito de la cabeza de Medusa, o el horror que
representa a la ausencia revelada como tal.”
Tal es la
naturaleza del pudor, y por eso, con meticulosidad científica y una enorme
desconfianza, a lo largo del ya pasado siglo XX se rechazó y persiguió, ya que
era un obstáculo para llegar al fondo de la verdad, para finalmente impedir
desvelar que el último secreto sólo lo ocupa la nada.
Pudor y vergüenza.
En el sistema
psíquico establecido por Freud, el instinto encuentra una serie de barreras
para su libre manifestación, y una de estas resistencias es precisamente la del
pudor, que se constituye en una “fuerza represora”, junto con la “moral” y la
“repugnancia”. En el 4 desarrollo del individuo Freud sitúa la aparición del pudor (concepto
que él encuentra muy unido al de vergüenza) en una instancia posterior a en la
que se generan el asco o la repugnancia (que no dejan de ser reacciones
somáticas e involuntarias) y previa a aquella otra en que se fragua en el
individuo una moralidad que justifique en el individuo cada uno de sus actos de
forma responsable y más consciente.
En su
teoría evolucionista de la moral para Freud al darse el bipedismo los genitales
comienzan a estar expuestos a la mirada. Una primera reacción frente a esa
frontalidad de lo genital es la de la repugnancia, ligada a la represión contra
el mal olor que se asocia a los excrementos. La vergüenza aparece después,
ligada a la exposición a la mirada del otro de la desnudez propia, es decir, de
la genitalidad. Y eso nos recuerda cierto pasaje fundamental de la cultura
judaica y cristiana, en el que se establece, por primera vez, no el acto de ver
(ya establecida de forma contumaz como hecho valorativo – “vio Dios que era
bueno”) sino el hecho de ser mirado, de ser objeto de la mirada de otro (en
este caso, del Otro).
Yahveh
Dios llamó al hombre y le dijo: «¿Dónde estás?»
Este
contestó: «Te oí andar por el jardín y tuve miedo, porque estoy desnudo; por
eso me escondí.” Génesis 1
Sobre el Pudor y el Sentimiento de la Vergüenza
Define la
vergüenza como algo propio de lo humano porque responde a la doble naturaleza
del hombre, entre lo animal y lo espiritual. Como cuerpo, el hombre tiene de
qué avergonzarse. Como espíritu, el hombre puede avergonzarse. Pudor
y vergüenza se relacionan, e incluso parece que muchos pensadores, y entre
ellos los mismos Freud y Scheler, usan uno y otro término de forma
indiscriminada.
Importa
sin embargo distinguir un sentimiento de otro. Scheler ya señala la posibilidad
de que se dé cierta clase de vergüenza sin pudor. Y ésta nacería de la
consideración de una vergüenza “objetivizada”, una vergüenza sometida a una
norma social, externa, impuesta, y finalmente arbitraria y contingente con el
lugar, con la época. Una vergüenza que acaba siendo falsa, impostada, y cuya
expresión final es la “mojigatería
”. Y eso
ya nada tiene que ver con el pudor, con el auténtico pudor, que aparte de la
variedad que pueda presentar en sus diferentes manifestaciones, atendiendo a la
diversificación cultural, deberá ser siempre entendido como un sentimiento
personal y subjetivo. ¿Está la aparición de la vergüenza más del lado del otro
que la provoca con su presencia – con su mirada- mientras que el pudor surge
como algo más asociado al individuo mismo que la siente? Vergüenza: ser en la
mirada del otro La vergüenza aparece en el momento es que nos sentimos mirados,
en que nos convertimos en objeto de la mirada de un otro. Fue en un principio
vergüenza de ser mirado desnudo. Nace de la posibilidad de mostrarse, lo cuál
supone, dada la reciprocidad del gesto exhibicionista, la posibilidad de mirar.
Si hay un límite entre el yo y el otro, la vergüenza constata que ese límite ha
sido traspasado.
Para Jean
Paul Sartre mi mirada sobre el otro transforma al otro en objeto; pero a su vez
ese otro me mira y me constituye a mí mismo como objeto. Pero un objeto en el
que se determina un “derramarse interno del universo”, una hemorragia interna
del sentido, ya que lo que el yono puede percibir –esto es, reconocerse a sí
mismo como objeto- acaba 6forzando al sujeto a reconocerse como objeto en el otro, que a su vez
está siendo mirado y por lo tanto siendo objeto –siendo sin embargo ese otro el
que me mira y que me convierte en objeto de su mirada-.
Es pues
la mirada del otro una mirada capaz de juzgar, y eso provoca o causa la
aparición de la vergüenza, en cuanto a que alguien me mira y yo al ser mirado
me siento en falta. El sujeto admite su caída, su objetualización, en cuanto
que hay otro que le mira, que le capta como objeto, y en tanto a eso hay
alguien que puede juzgarle. La vergüenza es sentimiento de caída original, no
del hecho de que haya cometido tal o cuál falta, sino simplemente del hecho de
que estoy caído en el mundo, en medio de las cosas, y de que necesito la mediación
ajena para ser lo que soy. SARTRE, Jean Paul: El Ser y la Nada.
Pero,
finalmente, esa mirada, en la que no es posible ninguna mediación (ya que se
declara que Dios no tiene lugar aquí), acabará por destruir sus dos polos, ese
yo enfrentado a otro con el que no es posible crear ninguna distancia.
El rubor y el pudor
El pudor
no sólo es un sentimiento, sino que tiene una expresión fisiológica en el
rubor. Si el instinto se manifiesta fisiológicamente en la excitación, en la
acumulación de sangre en los capilares de los genitales, en el pudor la sangre
se agolpa en el rostro. Y además, en una zona concreta del rostro, en las
mejillas, bajo los ojos. El rubor marca algo del signo de la excitación (pero
fuera del intercambio sexual), habla de un momento en que hubo goce, que el
goce estuvo pero que ya no está, y que sin embargo marcó al individuo. Y lo
marca al sacar a la luz el pudor lo más personal del que lo sufre: el pudor le
da un rostro o más bien revela lo que hay bajo el rostro.
El rubor
es una evidencia fisiológica (pero una evidencia formada no en el instinto sino
en el poso de la educación, de la cultura como pacto moral de un grupo social),
una evidencia con la que el cuerpo habla, y por eso, quizá, es tan difícil de
dominar a través de la voluntad. Es allí donde el sujeto no puede mentir: marca
cuál es su personalidad última al marcar su deficiencia más sentida.
El lugar del pudor y el Otro.
Lacan
califica en Kant con Sade(Escritos, 2) al pudor como "amboceptivo de las
coyunturas del ser". Con ello marca que el pudor está ligado y toma
aspectos tanto del lado del sujeto como del lado del Otro. Deforma negativa,
"el impudor de uno constituye la violación del pudor en el otro". El
pudor es una dimensión en la que el sujeto no se constituye, pero sí se
muestra, y en el pudor el sujeto es reconocido y admitido por el otro. Como en
la vergüenza, el pudor aparece cuando hay otro, y precisamente el pudor ocupa
el lugar donde puede que se daría la vergüenza. Si en la vergüenza el sujeto se
da cuenta de que hay una mirada por la que puede ser juzgado, en el pudor el sujeto
reconoce su falta y al apuntar con su mirada fuera de ese lugar en el que se
inscribe su caída logra apartar la mirada del que le mira.
El pudor
supone un entendimiento mutuo entre el que mira y el que se siente mirado, una
alianza y un pacto de silencio. No se niega la mirada, sino que se la reconduce
hacia un lugar diferente a eso, sabiendo que eso está ahí. Y que eso no debe
ser hablado precisamente para que eso exista. Esa desviación de la mirada sólo
se puede dar si el otro reconoce otra dimensión para el que se convierte en
centro de su mirada que la de ser un simple objeto; si se da el acatamiento de
un Otro que dará sentido a ese respeto que implica el pudor. En caso de que no
sea así, el sujeto queda expuesto a la mirada del otro como una agresión última
que acabará desgarrándolo, ya que lo negará como tal sujeto, lo reclamará como
un objeto sin mayor independencia de la voluntad del que mira.
“ 26Al sexto mes fue enviado por Dios el ángel Gabriel
a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, 27a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de 9 David; el nombre de la virgen era
María. 28 Y entrando, le dijo: «Alégrate,
llena de gracia, el Señor está contigo.»
29 Ella se conturbó por estas
palabras, y discurría qué significaría aquel saludo. “ LUCAS: Evangelio de San
Lucas, Capítulo 1
Si la
mirada del otro implica cercanía y simultaneidad, el pudor crea una distancia
insalvable, y marca un tiempo que se reclama como diferente. Marca de alguna
manera un espacio velado y un tiempo velado: el del mito. Pudor: hombre y
mujer.
Freud
también define el pudor como una resistencia a entrar en un juego
exhibicionista / vouyerista: la resistencia a mostrarse desnudo, la resistencia
a mostrarse, más en general. Un problema está en definir si el pudor es un
sentimiento femenino o masculino. Freud lo asocia como un sentimiento
esencialmente femenino e incluso lo sitúa en cierta fase de la mujer, previa a
la fase vaginal, en la que domina el que para Freud es la parte masculina en el
sexo de la mujer, el clítoris.
Nietzche
distingue un pudor masculino de uno femenino, y marca una preferencia del
primero con respecto al segundo, ya que el pudor en el “hombre se vuelve hacia
lo anímico”, mientras “el de la mujer apunta hacia el cuerpo”. Derrida, citando
a Nietzsche, denuncia el pudor femenino, y afirma la imposibilidad de acceder a
ese pudor supuestamente verdadero, que se encuentra siempre condicionado por el quizá. Un pudor que relaciona con el velo en la mujer,
siendo, según Derrida, este velo utilizado por la mujer simplemente como un
engaño, como una artimaña de seducción. Pues si la mujer es verdad, ella sabe
que no hay verdad, que la verdad no tiene lugar y que no estamos en posesión de
la verdad. Es mujer en tanto que no cree, ella, en la verdad, y por tanto en lo
que ella es, en lo que se cree que es, que sin embargo no es.
DERRIDA,
Jacques: Espolones, los estilos de Nietzche.
Scheler
afirma que en la mujer y en el hombre existen ambos sentimientos de pudor, el
anímico y el corporal, aunque reclama una forma diferente de sentirlos, ya que
la mujer, según Scheler, tiene una concepción más cercana por sus vivencias de
lo corporal.
¿Existen
dos pudores, o ambos son expresión de un mismo sentimiento? ¿Y de qué orden es
ese sentimiento? ¿Cómo pudor volcado hacia la conciencia de dignidad se expresa
y asimila en términos del “velo que debe recubrir el sexo de la mujer”, o como
la conciencia de que si el sexo femenino debe ser velado de la visión del otro
no es sino porque es la expresión corporal del orgullo del sujeto? Quizá en el
eje de uno y otro extremo esté realmente la clave para entender el pudor.
En el
pudor se expresa el cuerpo de la mujer como un lugar en el que se da la caída,
en el que la crudeza de lo real se manifiesta. Y el pudor hace referencia al
velamiento de ese lugar íntimo en que el sujeto se constituye, un lugar íntimo
en el que se vive esa conciencia de la falta y sobre la cuál (sobre su velo) el
sujeto defiende su orgullo. Y en cuanto eso, en cuanto orgullo
de la falta, orgullo de la individuación, el pudor se puede extender más allá
de esta primera apreciación, ligada al cuerpo, y asociada con la castración. Se
puede extender como cuidado máximo, como prevención, como un respeto que
asegura que no se va a ir más allá de cierto punto en el que empezaremos a
sentir el vacío de la nada destruyendo todo valor, toda posibilidad de sentido.
Reinsertando el pudor.
Difícil tarea la de reinsertar el sentimiento
del pudor, precisamente por esa levedad que lo caracteriza: si se habla, si se
explicita, el pudor se desvanece. Difícil tarea porque se atenta contra el
pudor allá donde el bien social se expresa. El pudor está lejos de lo que se
considera hoy como valor socialmente positivo. Los dominios de la satisfacción
de cualquier deseo, de un placer ilimitado, parecen estar reñidos con el pudor.
Tampoco los integrismos, que desde su defensa de una moralidad estricta se supone
que estarían más indicados para permitir ese retorno al pudor, parecen tener la
mejor solución para reintroducir este sentimiento. Juan Pablo II en su
“Teología del cuerpo” defiende que sólo a través de la castidad se podría
superar el pudor y librarnos de la vergüenza, alcanzando un estado previo al de
la “caída”.
La
'desnudez' significa el bien originario de la visión divina. Significa toda la
sencillez y plenitud de la visión a través de la cual se manifiesta el valor
'puro' del cuerpo y del sexo. La situación que se indica de manera tan concisa
y a la vez sugestiva de la revelación originaria del cuerpo, como resulta
especialmente del Génesis 2, 25 ('Y
estaban desnudos, el hombre y la mujer, pero no sentían 12vergüenza') no conoce la ruptura interior y
contraposición entre lo que es espiritual y lo que es sensible, así como no
conoce ruptura y contraposición entre lo que humanamente constituye la persona
y lo que en el hombre determina el sexo: lo que es masculino y femenino. JUAN
PABLO II: Génesis: La experiencia originaria del cuerpo.
Esto es
válido para los que quieren alcanzar un estado de bienaventuranza, un estado
que logre trascender el hecho de la diferencia y la agitación y desasosiego que
ésta produce, y lleguen a una extraña fusión mística para la que no todos
pueden estar preparados. ¿Qué pasa entonces con aquellos incapaces para acceder
a este nivel beatífico? El pudor, ¿sigue siendo algo ajeno, lejano, inservible
al fin y al cabo, incluso desde este marco que asegura un sistema de valores,
en el que lo virtuoso, lo sagrado tienen tanta importancia? ¿Reivindicar
entonces el pudor, para qué?
Difícilmente
se puede incluso defender la entidad del pudor, su posible validez, cuando el
que debería ser uno de sus máximos valedores habla de su superación. Y sin
importar que, según la religión católica, cuando la Bienaventuranza se instaló
en la Tierra fue anunciada precisamente con el pudor de María, como se lee en
el Evangelio según Lucas, arriba citado.
¿Reinsertar
el pudor? Nada, a no ser la represión más tremenda, podría reintroducir el
pudor de forma extendida y general. Y eso lo único para lo que serviría es para
imponer la mojigatería y la hipocresía. Reintroducir el pudor se constituye en
una labor personal e íntima, basada en el respeto hacia el otro, en un
reconocimiento a su singularidad y a su silencio.
En una
cruzada por la que cada uno de nosotros, de forma secreta y callada, deberíamos
empeñarnos. Pero, ¿eso es posible? Y en caso de serlo, ¿es necesario? Esto es
una cuestión que remite a otra: ¿el orgullo de ser humano es algo necesario?
¿Debemos seguir basando nuestro sistema de valores, y de definición personal,
en la escala que da el respeto por el otro, en vez de considerar
al otro como un objeto, y como tal, sometido a las leyes de economía que se dan
en las transacciones entre objetos?
El pudor en la creación.
Por
último, citar brevemente otra forma de expresión del pudor, la del pudor en el
texto. Cierto pudor que atraviesa el texto y que afecta tanto al autor como al
lector. Por parte del lector, ese pudor señala la posibilidad de leer el texto,
de asumir en el texto una capacidad de traer una palabra, y de atender a ello
sin eclipsarlo, sin desmontarlo. En leer con cierta inocencia, en asumir que un
texto nos puede sorprender y darle la posibilidad de ser escuchado. Por parte
del autor, el respeto hacia el mismo texto, hacia el lector, y que requiere
cierta humildad del artista con respecto a sus capacidades de creación.
Imponiendo así ciertos límites, quizá como los del rabino de Praga con su
Golem, sobre cuya frente escribió la palabra EMET, “verdad” para animarlo,
bastando borrar la primera letra, E, para que ahora con la palabra MET inscrita
el Golem se derrumbara reducido a cenizas.
No es la
magia del cabalista la que creó al Golem, sino la palabra, y esa misma palabra,
o el reverso de la palabra, independiente al fin y al cabo de la voluntad del
creador, muestra que esa apariencia no es sino simple ceniza,
porque el Único al que Le está reservado crear vida es Dios. Un pudor que
otorga a lo creado cierta autonomía con respecto a la voluntad del artista, que
así se manifiesta como no omnipotente porque el acto creador no es sino
delegación de otra voluntad, a la que el artista se somete en la misma medida
que se someten los objetos creados por el artista. ¿Textos que puedan volver a
sostener el pudor? Textos que fueran capaces de ser creídos por nosotros,
textos que reconstruirían un sistema de valores que volvieran a tener sentido.
Textos con el sabor de la inocencia, pero con el poso del conocimiento.
HOLISTICA
Y TERAPIAS ALTERNATIVAS, S.C.
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